CLAUDIO DI GIROLAMO

“LA IDENTIDAD NO SE BUSCA, SE ENCUENTRA”

 

Mayo 2002

Lleva 5 años como Jefe de la División Cultura del Ministerio de Educación y 53 años como activo gestor de nuestra vida cultural. El curriculum de este italiano emigrado tras la Segunda Guerra, que por estos días presenta en el Museo de Bellas Artes una muestra de su muralismo, incluye datos emblemáticos y empresas diversas que van desde el diseño de la gaviota del Festival de Viña hasta la creación de murales para capillas de pueblos y poblaciones, pasando por la dirección teatral de la legendaria compañía Ictus y la conducción de programas culturales de TV premiados con el APES. El hilo conductor está dado por una visión anti-elitista que apunta al derecho de cada habitante no sólo de acceder a la cultura, sino también de participar en su producción. En esta línea se sitúan sus principales iniciativas institucionales, como los Cabildos Culturales, instancias de participación comunitaria a lo largo del país.

Pintor, muralista, vitralista, diseñador y director teatral, desde un principio su figura enérgica y multifacética se introdujo de lleno en un activismo cultural cuyo caldo de cultivo fue la calle, las poblaciones, los movimientos universitarios. En esos escenarios vitales y cotidianos, Di Girólamo fue amasando una perspectiva, un entrenamiento y un modo de hacer que hoy proyecta desde su puesto al frente de la División Cultura.
– ¿El ser extranjero da una mayor lucidez para actuar en la cultura de un país y captar su identidad?

– Te da una cierta perspectiva, porque nunca eres completamente de un lugar. Cuando voy a Italia me dicen que soy latinoamericano. En Chile me dicen que siempre seré italiano. Yo decidí ser planetario, para irme a la segura. En todo caso, no entiendo esa especie de histeria en busca de la identidad, porque la identidad no se busca, se encuentra. Y se encuentra trabajando a largo plazo. La identidad es una cosa multifacética. La cueca puede ser el baile nacional, pero anda a ponerle un traje de huaso a un aymara, además la globalización acentúa el fenómeno de mezcla y transformación de las identidades.
– Pero existen ciertas características e historias que marcan a los habitantes de un país…

Sí, por ejemplo hay un impacto de la geografía en la personalidad de la gente. Y eso se refleja en los chilenos. El chileno está en una esquina, entre el infinito vertical, que es la cordillera, y el infinito horizontal, que es el mar. “Lindo país esquina con vista al mar”…(título de una obra dirigida por él en el teatro Ictus)
Los chilenos siempre se han empinado sobre la cordillera para mirar lo que viene desde allá, en vez de mirar al Pacífico. Yo les digo a los japoneses que ellos no son el primer pueblo del Pacífico, sino nosotros. Nosotros somos el primer país oriental, la cordillera nos separa de occidente. Esa separación siempre ha sido vivida como un destierro. Recién estamos entendiendo nuestra pertenencia a América Latina. Y esa incorporación hay que trabajarla, apoyándose en nuestra cultura y en nuestro idioma, que es hablado por 300 millones de personas en el mundo. Eso es una fuerza tremenda. No necesitamos hablar inglés para relacionarnos. Tenemos un continente enorme en el que no tenemos barreras de lenguaje entre un país y otro, como ocurre en Europa. Además compartimos mucho de nuestra historia. La identidad chilena tiene que partir por ser una identidad latinoamericana.

– Los cabildos culturales justamente apuntan a la generación de identidad y no al rescate de una supuesta identidad definida…

– Nos critican que nosotros no manejamos los Cabildos y yo respondo: “muchas gracias, esa es la idea.” Que los maneje la gente, que se expresen ellos, que construyan su propia identidad. Para mí fue muy gratificante cuando hicimos nuestro primer Cabildo, “Del Chile vivido al Chile soñado.” Los economistas y los políticos dijeron: “son las voladas de Claudio, de qué sueño están hablando, si la gente quiere plata, comida y techo.” En cambio las señoras del sur que participaron me decían: “gracias por devolvernos la dignidad. Porque un perro puede buscar comida y techo pero el hombre es el único animal capaz de soñar y luchar porque sus sueños se hagan realidad”. Las consignas de mayo del 68 como “la imaginación al poder”, o “sea realista y pida lo imposible”, siguen siendo verdades y hay movimientos subterráneos, surgiendo en las universidades. Eso de que los jóvenes no están ni ahí, no es cierto. No están ni ahí donde el sistema quiere que estén. Pero están en otras partes, y ellos saben muy bien dónde. Sienten que el sistema no les da cabida y se están organizando. En los grupos de hip hop está naciendo una literatura del carajo, una expresión real y propia que utiliza el espacio público, la calle que nos arrebataron durante 20 años. El tema no es sólo dar acceso a la cultura, sino permitir la participación en la generación de la cultura. No sólo somos consumidores sino también productores de cultura. En la medida en que seamos más productores seremos menos dependientes de los modelos culturales impuestos por la globalización. Para producir cultura lo principal es tener la oportunidad de dialogar, discutir, pensar creativamente y en conjunto.
– ¿La falta de diálogo ha impedido que se fortalezca la gestión cultural en nuestro país?

– Claro, en eso Pinochet triunfó, cuando dijo “yo no estoy en contra de las ideas. Piensen lo que quieran, pero piénsenlo solos” Nos hemos acostrumbrado a eso, que no lleva a nada. Esta manía por el concenso, por no debatir, conduce a una idea de la tolerancia en la que uno coexiste con otros sin molestarlos. Pero resulta que no basta con la coexistencia, hay que pasar a la convivencia. Yo me tengo que meter contigo, tú te tienes que meter conmigo y entendernos en la diferencia. La dictadura y la historia de enfrentamientos nos ha llevado a esta coexistencia de guettos cerrados que no se relacionan entre sí. Se ha perdido el debate.

– El separatismo y la incapacidad de trabajar en conjunto ha afectado bastante toda la acción relacionada con el patrimonio. Se ve en las polémicas con respecto al proyecto del Parque Rapanui, con la postulación de Valparaíso… ¿Cuál es su visión?

– Primero que nada creo que Isla de Pascua no tiene nada que ver con nosotros, su cultura es totalmente polinésica, aunque esté cercana a nosotros geográficamente. Entonces los continentales no tenemos los elementos para apropiarnos de esa cultura. Por otra parte, aunque me maten los porteños, voy a decir que Valparaíso está sobrevalorado como patrimonio urbano. Hasta Florencia costó que fuera declarada Patrimonio de la Humanidad. Ahora, el caso de Chiloé es distinto. Porque hay un valor que tiene que ver con el patrimonio vivo, estas iglesias tienen un uso comunitario, acogen fiestas y ritos populares, fueron construidas por las comunidades en conjunto y son mantenidas por ellas. Valparaíso se está desdibujando completamente. Se ha destruido completamente. Hay una pobreza tremenda. Hay que separar el valor patrimonial de las oportunidades políticas.

– ¿Y por qué cree que de repente se ha puesto de moda el tema del patrimonio?
– Mira, probablemente es algo que estamos tomando de Europa. Pero hemos comenzado a revisar lo que tenemos cuando ya lo tenemos casi entero destruido. Y hay una gran indiferencia de todas maneras, sobre todo de las clases más acomodadas. Los que van a ver los edificios que se abren el Día del Patrimonio son la clase media, media baja. La clase alta nunca necesitó un Chile hermoso. Si necesita ver belleza se va a Florencia o a París. Hoy día lo malo es que la clase dirigente va a Orlando o a Miami. Tampoco necesita la belleza. Hay una aristocracia de la plata que cambió incluso eso. El que necesita la bellleza es el pueblo.

– Usted trabajó en las poblaciones, donde ha pintado varias iglesias y capillas, ahora es director de la Fundación para la Superación de la Pobreza, la temática de sus obras ha estado muy enraizada en el mundo popular (tanto su teatro como sus creaciones audiovisuales). ¿Cómo se entroncan su pasión por el arte y su vocación social?

– La vocación artística es una vocación de diálogo, no de monólogo. Está legitimado decir que uno es artista porque hace algo “para uno mismo”, eso es como pintar un cuadro y ponerlo contra la pared. Yo por eso, después de 30 años hice una exposición en una sala. Ahora Milan Ivelic se entusiasmó y la vamos a llevar al Mall Plaza Vespucio, donde va un millón de personas al año, allí la exposición de pinturas “De Pedro Lira a Camilo Mori” la vieron en 15 días de enero once mil personas. Lo que importa es que el arte llegue a la gente y le impacte de tal manera que se sienta dialogando con otro. Yo hago cuadros en iglesias, donde va la gente. Y busco los lugares donde está el contacto. Esto me ha servido en los cinco años que llevo a cargo de la División, que ya está bueno.

– Hablando de institucionalidad cultural, el Consejo Nacional de la Cultura, que se proyecta como la nueva institución estaltal de la cultura sería un órgano diseñado con consejos regionales, con cierta autonomía, pero de todos modos se le acusa de ser centralizador, de que podría limitar la diversidad y el pluralismo en la gestación de proyectos. ¿En qué está esa discusión?
– La discusión va a ser muy larga, porque el concepto de cultura que manejan ciertos sectores es un concepto elitista, y nosotros pensamos que lo importante es la ciudadanía cultural, o sea tener la posibilidad de acceder a la cultura y de producir cultura y eso es incompatible con la postura de los sectores más duros de la derecha, que piensan que el estado no tiene que intervenir en nada en cultura, y que, el que quiere ser culto que lo sea, y el que no, no. Claro, porque ellos tienen la posibilidad de ir a Harvard. Nosotros trabajamos mucho el arte público, nos interesa que la gente comience a absorver por osmosis. En Santiago la gente está comenzando a mirar las obras de arte públicas. Hasta que no tengamos cultura en las poblaciones y en los campamentos no vamos a tener un pueblo culto.

– El separatismo y la incapacidad de trabajar en conjunto ha afectado bastante toda la acción relacionada con el patrimonio. Se ve en las polémicas con respecto al proyecto del Parque Rapanui, con la postulación de Valparaíso… ¿Cuál es su visión?

– Primero que nada creo que Isla de Pascua no tiene nada que ver con nosotros, su cultura es totalmente polinésica, aunque esté cercana a nosotros geográficamente. Entonces los continentales no tenemos los elementos para apropiarnos de esa cultura. Por otra parte, aunque me maten los porteños, voy a decir que Valparaíso está sobrevalorado como patrimonio urbano. Hasta Florencia costó que fuera declarada Patrimonio de la Humanidad. Ahora, el caso de Chiloé es distinto. Porque hay un valor que tiene que ver con el patrimonio vivo, estas iglesias tienen un uso comunitario, acogen fiestas y ritos populares, fueron construidas por las comunidades en conjunto y son mantenidas por ellas. Valparaíso se está desdibujando completamente. Se ha destruido completamente. Hay una pobreza tremenda. Hay que separar el valor patrimonial de las oportunidades políticas.

– ¿Y por qué cree que de repente se ha puesto de moda el tema del patrimonio?

– Mira, probablemente es algo que estamos tomando de Europa. Pero hemos comenzado a revisar lo que tenemos cuando ya lo tenemos casi entero destruido. Y hay una gran indiferencia de todas maneras, sobre todo de las clases más acomodadas. Los que van a ver los edificios que se abren el Día del Patrimonio son la clase media, media baja. La clase alta nunca necesitó un Chile hermoso. Si necesita ver belleza se va a Florencia o a París. Hoy día lo malo es que la clase dirigente va a Orlando o a Miami. Tampoco necesita la belleza. Hay una aristocracia de la plata que cambió incluso eso. El que necesita la bellleza es el pueblo.

– Usted trabajó en las poblaciones, donde ha pintado varias iglesias y capillas, ahora es director de la Fundación para la Superación de la Pobreza, la temática de sus obras ha estado muy enraizada en el mundo popular (tanto su teatro como sus creaciones audiovisuales). ¿Cómo se entroncan su pasión por el arte y su vocación social?

– La vocación artística es una vocación de diálogo, no de monólogo. Está legitimado decir que uno es artista porque hace algo “para uno mismo”, eso es como pintar un cuadro y ponerlo contra la pared. Yo por eso, después de 30 años hice una exposición en una sala. Ahora Milan Ivelic se entusiasmó y la vamos a llevar al Mall Plaza Vespucio, donde va un millón de personas al año, allí la exposición de pinturas “De Pedro Lira a Camilo Mori” la vieron en 15 días de enero once mil personas. Lo que importa es que el arte llegue a la gente y le impacte de tal manera que se sienta dialogando con otro. Yo hago cuadros en iglesias, donde va la gente. Y busco los lugares donde está el contacto. Esto me ha servido en los cinco años que llevo a cargo de la División, que ya está bueno.

– Hablando de institucionalidad cultural, el Consejo Nacional de la Cultura, que se proyecta como la nueva institución estaltal de la cultura sería un órgano diseñado con consejos regionales, con cierta autonomía, pero de todos modos se le acusa de ser centralizador, de que podría limitar la diversidad y el pluralismo en la gestación de proyectos. ¿En qué está esa discusión?

– La discusión va a ser muy larga, porque el concepto de cultura que manejan ciertos sectores es un concepto elitista, y nosotros pensamos que lo importante es la ciudadanía cultural, o sea tener la posibilidad de acceder a la cultura y de producir cultura y eso es incompatible con la postura de los sectores más duros de la derecha, que piensan que el estado no tiene que intervenir en nada en cultura, y que, el que quiere ser culto que lo sea, y el que no, no. Claro, porque ellos tienen la posibilidad de ir a Harvard. Nosotros trabajamos mucho el arte público, nos interesa que la gente comience a absorver por osmosis. En Santiago la gente está comenzando a mirar las obras de arte públicas. Hasta que no tengamos cultura en las poblaciones y en los campamentos no vamos a tener un pueblo culto.