HUMBERTO GIANNINI
“HAY QUE RECONSTRUIR LA EDUCACIÓN CHILENA”
A dias de cumplirse 3 años de su muerte, ocurrida el 25 de noviembre de 2014, rescatamos la entrevista realizada en 2004 a Humberto Giannini, uno de nuestros grandes pensadores del siglo XX, referente de la filosofía para varias generaciones en nuestro país.
Septiembre 2004
Como el Mejor Ensayo de 2008 fue premiada por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura, en la Feria Internacional del Libro de Santiago, la obra “La metafísica eres tú”, del destacado filósofo y Premio Nacional, Humberto Giannini. En ella, este apreciado pensador y profesor aborda la comunicación entre los individuos, como un tema fundamental de la ética, de manera sencilla y comprensible para el amplio público. Con motivo de este reconocimiento, rescatamos una entrevista al autor realizada por Nuestro.cl en la cual, además de la educación en Chile, revisa, desde el enfoque identitario, varios de los temas que se plasman en este ensayo.
Por Rosario Mena
El diagnóstico no es feliz: la pérdida de la credibilidad nos habría llevado a la muerte de las ilusiones y la feroz adopción del modelo americano nos habría convertido en seres trabajólicos, incapaces de encontrarnos con nosotros y con los otros. La destrucción de nuestro patrimonio urbano pone en jaque nuestra identidad y, por si fuera poco, los esfuerzos en la educación parecen tener poco sentido en medio de la fragmentación social y la desigualdad que predomina en la enseñanza. Sin embargo, y a pesar de todo, el filósofo Humberto Giannini, no es para nada un individuo pesimista. Integrante del Consejo Nacional de la Cultura, cree que aunque aún no existe la tan nombrada política cultural, se está avanzando recogiendo experiencias. Aboga, eso sí, por una cultura no sólo centrada en el espectáculo y la exhibición, sino también en las letras, la historia y las instituciones formativas. Y, a propósito de formación, defiende la resurrección del liceo como la única opción educativa que puede garantizar el progreso del país.
La ciudad de Machuca
– ¿Esta ciudad de Santiago fragmentada, de la cual usted ha hablado, responde más bien a factores históricos y socioeconómicos o hay algo en la personalidad del chileno que dificulta la convivencia?
– Hay varias cosas. La primera es la transformación de la ciudad en una megápolis donde se vive en malls, carreteras, subterráneos. Donde se sale del encierro del departamento al del auto, que es como otro domicilio, en el cual uno se traslada al lugar de trabajo, si es que va a algún lugar, porque también está Internet. En fin, hay todo un nuevo paisaje en el cual es difícil que exista un espacio público real, usable. Porque los espacios públicos, en las ciudades más lindas, se crean solos y el hombre va a dar ahí. Y, por otro lado, el chileno tiene una tendencia a aislarse, a buscar el último asiento de la micro. Somos un pueblo de muy baja sociabilidad. Esos dos factores hacen muy difícil que haya una ciudad real, con encuentros reales.
– ¿Pero cree que esta estructura en donde las clases sociales se separan cada vez más en el espacio de la ciudad es algo de ahora o siempre hubo esta segmentación?
– Hemos sido siempre una sociedad de fronteras, desde la Colonia. Siempre hemos cuidado las fronteras sociales y raciales, de manera disfrazada o disimulada. Esto se concreta en la división entre barrio alto y barrio bajo, sin ninguna posibilidad de que los Machuca vayan al colegio de los ricos.
– ¿Qué le pareció la película?
– Me gustó mucho. Es una historia terrible. Y lo más terrible es que, aún sin dictadura militar, el proyecto social hubiera fracasado, porque la distancia es demasiado grande. Entonces el asunto debe plantearse de otra manera. No es que los niños pobres tengan que ir al colegio de los ricos, sino que se debe recuperar el liceo, como una posibilidad de educación de buen nivel y para todos.
Reconstruir la educación
– ¿Qué encarna el liceo?
– Una educación completa, universalista. Una relación democrática al interior, en donde se convive en la diversidad de pensamiento y religiones. Una educación laica, gratuita. Toda persona tiene el derecho a ser ser humano y, por lo tanto, a recibir una buena educación.
– ¿Cómo se puede mejorar la educación?
– En la educación chilena hay varios problemas que se hacen un nudo. Un país donde, los que estudian, el 90 por ciento aprende a leer, escribir y usar una herramienta y el 10 por ciento aprende idiomas, historia, y tiene acceso al arte, a la literatura, no puede surgir. Chile es un país en donde las diferencias y la división se acentúa cada vez más. Nosotros somos el producto de gobiernos radicales que dieron una gran importancia a la educación y que hicieron de este un país realmente educado durante al menos tres décadas, a mediados del siglo pasado. La Educación Para Todos de Frei, también fue un logro importante. Pero eso se acabó. Tenemos una educación elitista, con universidades elitistas, que no son universidades. Porque una universidad tiene que reunir muchas condiciones, y tener instalaciones para deporte, una biblioteca importante. Hay universidades en Chile que no tienen biblioteca. Se inventan universidades como empresas. Con mayor dinero se puede acceder a un título mejor. Por otra parte, los profesores primarios y secundarios en Chile es imposible que ganen más dinero, no sé por qué. Con lo que ganan no pueden tener una vida tranquila, desarrollar bien su labor. Tienen jornadas laborales que son tres veces las europeas. No pueden rendir. Entonces todos los problemas llevan a una destrucción de la educación. Creo que gran parte del dinero público debe ir a la reconstrucción de la educación. Al menos a mejorar la condición de los profesores. Hay que reconstruir el liceo.
Matando el tiempo
– Usted ha hablado de esta incapacidad de hacer la pausa, por lo demás necesaria para la conversación y el encuentro, de esta sociedad trabajólica. Da la impresión que esta obsesión por estar siempre ocupado y por producir coincide con la llegada de la democracia, en la década de los noventa. ¿A qué lo atribuye?
– No creo que haya una relación causa y efecto. Puede que coincida en el sentido de que antes la gente no se sentía parte, entonces, con la llegada de la democracia parece que se abre la oportunidad de participar en un proyecto común, entonces se amplía a un mayor número de personas este modelo productivo que se ha instalado desde el ’73, que es el modelo americano, que aquí se exagera.
– O sea que la culpa la tiene Estados Unidos.
– En gran parte, pero también la falta de proyectos. Cuando no se tiene un proyecto de vida hay que matar el tiempo, quemarlo haciendo muchas cosas.
– ¿Quiere decir que cada vez tenemos menos proyectos de vida?
– Me temo que sí.
– ¿Y por qué?
– No sé. Es un misterio. Probablemente se nos acabaron las ilusiones. El mundo de la credibilidad se ha visto completamente destruido. Las personas creíbles, las instituciones creíbles se han venido abajo.
Sexo sin educación
– ¿Cómo cree que es la relación de la sociedad chilena con el tema del sexo?
– Creo que las cosas se han abierto y eso es bueno. Pero se olvida completamente el sentido del sexo. El sexo es una golosina que nos da la naturaleza para que también amemos la reproducción y entonces la prolongación de la vida. Por obviar este problema, caemos en la tentación del sensualismo, del goce por el goce. Y no es así. También sufrimos por el amor, por el sexo, por la reproducción.
– Por qué cree que se maneja tan mal el tema de la reproducción. Hablemos de embarazos no deseados, abortos, abandono, maltrato infantil, incluso abuso sexual. Por qué hay tan mala educación, a pesar de toda la información que hay hoy.
– Una mayor apertura no garantiza una mayor responsabilidad. Eso tiene que ver con una responsabilidad con todas las relaciones humanas. Con el respeto a la vida. Cuando el deseo de las personas desemboca en la agresión es que se han pasado todos los límites del respeto. La apertura puede significar que un niño de cinco años a las cinco de la tarde prenda la tele y vea no sólo a una pareja amándose, sino atrocidades y perversiones sexuales. Y se come eso sólo. Y hay mucha ignorancia, falta de educación en cuanto al uso de los métodos anticonceptivos, en cuanto a las nociones mínimas de la biología y el funcionamiento sexual. Hay un despelote.
Peor que perder la memoria
– ¿Cómo afecta filosóficamente a la persona el hecho de que se destruyan sistemáticamente los edificios, los barrios? ¿Qué pasa cuando el cine en donde viste las primeras películas de tu vida con tus amigos o con la niña que te gustaba se convierte en ruinas o en un hoyo?
– Mucha gente se queja de que en Chile perdemos la memoria. Pero hay algo peor: tendemos a destruir el pasado. Creemos que para construir hay que destruir lo anterior. Eso crea un gran problema en la identidad, no sólo nacional sino personal. Uno es un ser espacial. Su espacio se le convierte en paisaje. Se le transforma en algo querido, en algo seguro. Cuando ese paisaje cambia todos los días, se comprende que la identidad entre en crisis. La identidad está hecha también de espacio. Eso es algo que en Europa se cuida mucho. Es algo que tiene un valor incluso superior al dinero. Aquí no.
– ¿Será en parte una inmadurez, comparándonos con los europeos que vivieron dos guerras mundiales en su espacio y vieron sus ciudades destruidas por los enemigos?
– Totalmente.
– ¿Cómo definiría filosóficamente lo que es el patrimonio cultural de un pueblo, de una comunidad, de una persona?
– El patrimonio cultural es una experiencia, es vivir con las cosas y de alguna manera habitarlas. Patrimonio cultural es el lenguaje, el arte, los valores que tenemos como nuestros, lo que nos hace pertenecer, lo que nos vincula a la historia y al futuro.
Cultura y espectáculos
– Usted es integrante del Consejo Nacional de Cultura ¿Cree que se ha avanzado en definir la famosa política cultural?
– No estoy muy contento con todo lo que se ha hecho. Lo que se ha hecho se ha hecho bien. Asignar fondos para el arte, el cine, una serie de cosas que importan. Pero hay una parte que no está muy considerada, como la literatura, la historia, las instituciones.
– ¿Está predominando ese concepto que grafican tan bien los suplementos llamados de “Cultura y Espectáculos”?
– No, creo que no predomina, pero digamos que hasta el momento se ha limitado a eso.
– ¿Y qué pasa con el patrimonio cultural?
– Poco. Pero es que tenemos muy poco tiempo. Recién un año. En todo caso somos varios los que estamos inquietos por que se avance en áreas más regulares, más perdurables que un espectáculo. Se ha separado lo que es escuela y espectáculo. La cultura se circunscribe a lo que se muestra. Hay que pensar en las instituciones donde la gente se capacita en la cultura, se desarrolla.
– Pero, en definitiva, ¿se ha avanzado algo en definir la política cultural? ¿Hay algún acuerdo en qué es lo que el país quiere? ¿ Hay alguna idea de las prioridades? O tal vez esa definición no es la primera tarea…
– No lo es. Cuando se reúnen cinco antropólogos a estudiar la vida humana y empiezan por definir qué es el hombre no avanzan nada.
– Pero en el Consejo entonces están pegados buscando las bases de la política cultural…
– No hay un concepto de partida. Y no lo hay porque no hay una dictadura.
– Se ve inabarcable el asunto.
– La cultura es inabarcable. Un Consejo de Cultura no puede abarcarla.
– Pero cada país tiene sus fuertes, sus vocaciones culturales, sus prioridades en las que se juegan. En Italia sabemos que el gobierno da más dinero a la conservación de todo su arte y arquitectura clásicos que al arte contemporáneo. ¿Aquí se vislumbra alguna prioridad, algún criterio fundamental?
– Falta tiempo para eso…
– ¿Todavía están en cosas más concretas y domésticas?
– Sí. Por ejemplo en repartir las platas para los proyectos intentando hacer un poco de justicia. Los proyectos son una forma concreta de ver qué le interesa a la gente, en qué campos hay más iniciativas.
– ¿Es bueno el camino de recoger los intereses de la gente para definir las prioridades o hace falta un concepto de estado para permitir el desarrollo de ciertas áreas o el cumplimiento de ciertos objetivos que se consideran fundamentales?
– Las prioridades tienen que venir desde la política cultural, el interés de la gente es sólo un indicador. Pero se está avanzando en recoger experiencias, evaluarlas. La situación del cine, por ejemplo. Ahí hay un desarrollo claro. Una producción cultural que se consolida y que, al mismo tiempo, cada vez despierta mayor interés. A tal punto que las universidades privadas, que velan por su negocio, comienzan a abrir carreras audiovisuales. Ojalá todo se fuera presentando así.
Artificios del Bicentenario
– Hablando de políticas culturales y proyectos de país, ¿cómo ve este esfuerzo por consolidar una idea de país de cara a la celebración del Bicentenario?
– Soy poco amigo de las agrupaciones que se arman con estos fines. Me preocupa poco el tema del Bicentenario. Son efemérides que marcan un poco artificiosamente el curso de la historia. Además doscientos años es muy poco. Es muy poca vida. Pensarse como país es algo que debe hacerse de manera cotidiana, desde lo que se come hasta las palabras que usamos. Son cosas un poco forzadas. Como cuando a mí me preguntan sobre la “filosofía chilena”. Y yo digo que no existe. Yo he pensado desde este lugar, desde mi propia experiencia. Tú puedes hablar de música chilena, de folclor, de ciertas tendencias. En filosofía no. No me pueden obligar a decir cómo es mi identidad. Somos de muchas maneras.