Carmen Waugh, la Primera Galerista de Chile

Sin más academia que su imbatible instinto, su capacidad de gestión y el buen gusto innato, Carmen Waugh se transformó, en los años 50, en la primera galerista de Chile. Desde entonces, hasta hoy, su papel ha sido protagónico en la conformación e identidad de la escena chilena y latinoamericana de las artes visuales y en su difusión a través de distintos espacios en Chile, Europa y América Latina. Impulsora clave de la creación del Museo de la Solidaridad, que dirigió hasta 2005, apuesta por un galerismo capaz de autofinanciarse combinando lo consagrado con lo emergente y defiende el rol del Estado como custodio del patrimonio artístico que pertenece a todos los chilenos.

Por Rosario Mena

En 2008, Carmen Waugh fue homenajeada en el marco del Día de las Artes Visuales, organizado por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Se habló en esa ocasión de su trabajo durante más de 50 años instalando galerías en Chile y en Argentina -donde constituyó un epicentro de la vanguardia trasandina- y luego en España e Italia, generando circuitos para el arte latinoamericano. Y se dijo también que su labor en este ámbito ha estado siempre “dirigida a crear espacios para los artistas chilenos y latinoamericanos alrededor del mundo con un ímpetu especial en valorar las libertades, democracia y respeto por las personas”.
La certera afirmación se vincula, indefectiblemente, con su participación en iniciativas de carácter político y social, como la muestra de artes visuales organizada en Roma en el marco de las celebraciones del primer aniversario de la revolución sandinista de Nicaragua; la formación -de la mano del famoso sacerdote y escritor Ernesto Cardenal- del Museo Julio Cortázar en su capital, Managua y, sin ir más lejos, la gestión de la colección y posterior dirección del Museo de la Solidaridad, con obras donadas por artistas de todo el mundo en solidaridad al gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende. Pero la libertad y el respeto a la diversidad, inherentes a su actuar, no se agotan en estos terrenos. Por el contrario, representan características personales que se aplican ampliamente en su modo de relacionarse y de actuar: desde la ausencia de prejuicios a la hora de seleccionar a los artistas, hasta el genuino interés por fomentar instancias de participación entre personas de distintas corrientes y pensamientos.

Joven pionera

Sus coetáneos recuerdan a Carmen Waugh (1932), allá por el ‘55, como una joven hermosa, inteligente y de enorme inquietud artística. Menuda, enérgica y aventurera, descendiente de irlandeses que llegaron a las salitreras, formada en un colegio tradicional, en el cual -en sus palabras- “si se distinguía a Van Gogh de Rembrandt era mucho” y sin estudios universitarios, su gusto por el arte y los viajes y sus incasables ganas de juntar a las personas en torno a la creación, fueron herramientas suficientes para transformarla en la primera galerista de Chile y pionera en la inserción del arte latinoamericano en el concierto internacional.
A cargo del taller de enmarcaciones heredado de su padre, toma contacto con los artistas y pronto se decide a abrir, en un sótano contiguo, en la esquina de Bandera y Agustinas, un espacio de exhibición inédito en un momento en que no existían en el país galerías de arte como hoy las conocemos. “Yo había estado varias veces en galerías en Argentina, en Estados Unidos y me atraían mucho. En ese momento, en Santiago, aparte de los museos, sólo estaban los institutos culturales binacionales -el Británico, el Göethe- además la Librería Francesa y la Pacífico, que a veces presentaban muestras de arte. Decidimos hacer una galería, y fui a hablar con Nemesio Antúnez, que hacía clases en un taller de grabado y era muy entusiasta. Yo no lo conocía, pero él me acogió y me apoyó de inmediato. Hicimos una sala de exposiciones decente, con buena iluminación. Ahí estuve varios años. En ese tiempo los artistas estaban más unidos entre sí, aunque estaba el grupo de la Universidad Católica y el de la Chile, y entre ellos había cierta pugna. Pero, en todo caso, no había ningún problema con los artistas. Todos llegaban, porque no tenían dónde más mostrar. Expuso Roser Bru, Irarrázabal, Opazo, Balmes, Gracia Barrios, todos… Exponía el que yo consideraba, y nada más. No privilegié ningún estilo. Estaban los informalistas, pero también gente como Pablo Burchard y su hijo, Carreño, la Roser. Lo primero fue una exposición de Nemesio con fotos de Sergio Larraín Echeñique”.

Hitos patrimoniales

Además de unir a Antúnez con este verdadero mito internacional de la fotografía chilena, Carmen realizó otros gestos de trascendencia patrimonial, como la muestra de dos pintores chilenos de la tradición popular, a quienes incorpora en este espacio de exhibición de los artistas más destacados: el abogado Fortunato San Martín y el maestro de la construcción, Herrera Guevara. La galería de Carmen Waugh se constituye en un referente fundamental para generar un circuito artístico inexistente, potenciando la crítica y el muy incipiente coleccionismo. “Poca gente compraba, yo mantenía la galería con los marcos. Me vine a financiar con la galería sola recién a fines de los 60”.
En el año ‘65, el Banco Central cede a Carmen Waugh un inmueble ubicado en Moneda y Estado, para abrir la llamada Central de Arte, donde Matta expone por primera vez en Chile, después de tres décadas radicado en el extranjero. “El arquitecto José Aguirre me dice que arreglemos el local y hablamos con el Banco. Hicimos una galería estupenda, grande. Y sólo pagábamos las cuentas. Ahí empezaron las exposiciones más grandes. El ‘68 hicimos una muestra de Matta. También vino Carreño. Era normal que llegaran a pedirme la galería, aunque en ese tiempo ya habían partido otras galerías, como la de Marta Faz, cerca de mi espacio, y la Galería Bolt”.

Vanguardia trasandina

Paralelamente, Carmen abre en Buenos Aires, en 1969, la galería que lleva su nombre y que dirige hasta 1976. En ella participan los más destacados artistas trasandinos contemporáneos. “Yo encontraba que aquí había topado techo y unos amigos argentinos me propusieron abrir una galería. En Buenos Aires habían cerrado el Di Tella (Instituto que contaba con un destacado Centro de Artes Visuales) y las galerías que había eran muy tradicionales. Armamos un espacio muy de vanguardia. Poco comercial. Era muy bonito, muy entretenido, se hacían muestras muy locas. Ahí expusieron los más importantes artistas de Argentina. Mis galerías tenían que generar dinero para mantenerse, y poder hacer las cosas que me motivaban, no para hacerme rica”. Separada y madre de tres hijos, se las arregla para viajar y trabajar en ambas ciudades: “Andaba entre Santiago y Buenos Aires, a cada rato, me gustaba atravesar la cordillera en auto”.

Tan significativa trayectoria, sin duda avala su conocimiento del oficio del galerista y su claridad acerca del rol que éste cumple en el contexto de los espacios de exhibición, sin embargo, Carmen no se apura en emitir juicios, optando por asumir que “los tiempos han cambiado mucho”. Percepción que no le impide valorar el trabajo realizado por personas como Tomás Andreu, en contraste con cierto galerismo más superficial: “Creo que Andreu ha hecho una labor estupenda. Te muestra un artista consagrado, incluso trae gente de afuera, y te pone a un joven al lado. En cambio, otros se dedican sólo al negocio, y se guían por lo social, por el esnobismo: si fulana tiene un cuadro de tal artista, yo tengo que tener el mismo. El galerista tiene que combinar. Tiene el deber de mostrar lo que está surgiendo y financiarse con artistas de mayor renombre”.

Latinoamérica en el mundo

En la década del 70, Carmen Waugh es contratada por la Universidad de Chile para formar parte del Instituto de Arte Latinoamericano en Santiago, entidad desde la cual saltaría rápidamente a Europa. En Madrid, dirige la conocida Galería Aele, donde logra introducir importantes artistas latinoamericanos en el circuito europeo, al tiempo que ejecuta un archivo sobre arte latinoamericano para el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid. Durante los últimos 6 años de esa década, fue la responsable del Museo Salvador Allende en España y representante de Roberto Matta para ese país y América Latina. “Cuando sale elegido Allende me pongo a trabajar como relacionadora en el Instituto de Arte Latinoamericano. Estaba Rojas Mix y un señor maravilloso, Mario Pedrosa (historiador brasilero), a quien se debe el Museo de la Solidaridad. Se hacían varias actividades, bastante políticas, con gente de Latinoamérica, fue muy bonito. Fueron los primeros intentos de generar una escena del arte latinoamericano”. Esfuerzos que se esfumarían con las dictaduras militares que pronto se establecen en los distintos países de la región.
Es Pedrosa quien envía a Carmen a Madrid a formar la colección del Museo de la Solidaridad, cuyo receptor era el Instituto. Y allí es donde la contacta Manuel Ulloa, un adinerado coleccionista peruano, quien le propone montar una galería de arte latinoamericano en la capital española. “Era la entrada de los artistas a Europa y no había ningún lugar para ellos. En París, sí. A fines del ‘72 ya tenía el local. Me fui a vivir a Europa, a España, con mis hijos. Yo pensaba estar un par de años y seguir moviéndome entre Santiago y Buenos Aires. Pero allá me pesca el golpe y me quedo. Cuando yo llegué, a los españoles les importaba un cuesco lo que era latinoamericano, sólo les importaba el arte español. Al abrirse esa galería se armaron grupos entre los españoles y los latinoamericanos, después se abrieron otras galerías. En Francia estaba Julio Le Parc, y posteriormente Estados Unidos comenzó con ferias, bienales…”.

Activismo artístico

El golpe militar de 1973 “radicalizó”, según ella misma reconoce, la postura política de esta gestora cultural que jamás ha militado en un partido. “Me tiró hacia la izquierda. Antes del golpe era más afín a la Democracia Cristiana, algo así. Pero cambié cuando vi como llegó la gente exiliada, y la que no llegó…”. En Francia, donde están la Payita, Rojas Mix, Balmes y Mario Pedrosa, se crea un “secretariado” para coordinar las donaciones que los artistas de los distintos países de Europa seguían entregando “en solidaridad con el pueblo de Chile”. Carmen se hace cargo de España, recibiendo obras de artistas tan importantes como Miró y Tapies, entre otros, al tiempo que colabora en Francia, donde vive su hija Pilar.

En Madrid, Carmen ha organizado importantes exposiciones, como la de Rufino Tamayo y la de Roberto Matta, residente en París, mientras mantiene sus galerías de Santiago y Buenos Aires. Es un día de 1976, cuando recibe el recorte de una nota aparecida en el diario La Nación de Buenos Aires, agradeciendo a su galería, por el préstamo, que ella desconocía, de obras instaladas en oficinas ministeriales de la dictadura militar de Videla. Ese mismo día, Carmen decide dejar su sala en Buenos Aires. “Ahí yo me di cuenta de que no podía seguir manejando esto a la distancia, además, los artistas argentinos ya estaban aburridos. Ya no podía ser lo mismo”. En Managua, a principios de los 80, trabaja estrechamente con Ernesto Cardenal como Ministro de Cultura, organizando y dirigiendo el Museo de Arte Contemporáneo Julio Cortázar. La acompaña en Centroamérica su hija María José, con quien regresa a Chile a mediados de los 80, para crear la Casa Larga, en Bellavista.
Allí, Carmen quiso plasmar los sueños compartidos con los chilenos exiliados, durante más de una década en el viejo continente: “Me vine a Chile en el ‘84. Hay un momento en el que tienes que decidir: o te quedas para siempre afuera o vuelves. En Europa, todos los años nos juntábamos los chilenos, en una ciudad u otra: en Paris, en Estocolmo, en Roma…Y siempre decíamos que haríamos algo cuando volviéramos. Me acordé de eso y compré la casa. Fue una experiencia preciosa, ahí se hizo de todo. Todo el mundo tenía la posibilidad de hablar, gente de derecha y de izquierda. Hice exposiciones con gente joven de los 80: Bororo, Samy Benmayor, Pablo Domínguez, la Pancha Núñez”. En el espacio confluyeron personalidades de variados sectores de la sociedad en encuentros, exposiciones y presentaciones de libros, siendo considerado por muchos como un importante germen cultural para la reconciliación democrática.

Historia de batallas

El año ‘91 Carmen Waugh asumió la dirección del Museo de la Solidaridad Salvador Allende, entonces ubicado en la calle Virginia Opazo de Santiago Centro. Su primera misión era lograr traer desde el extranjero las 1800 obras donadas a los Museos de la Resistencia, empresa que asume la recientemente creada Fundación Salvador Allende, con miembros de la familia, amigos y personalidades vinculadas al ex presidente y su gobierno. “Era la única forma, que lo hiciera una Fundación sin fines de lucro, que recibía las obras como donación, y así se evitaba un pago de impuestos que era inmenso”. El segundo desafío era llevar al nuevo museo las obras que habían sido donadas antes de 1973 y que estaban guardadas en el Museo de Arte Contemporáneo, dependiente de la Universidad de Chile. “Entonces, Jaime Lavados, que era el Rector, sostenía que las obras pertenecían a la Universidad. Con Ricardo Lagos como Ministro de Educación hicimos muchas gestiones, con cartas, con fundamentación, para que fueran declaradas propiedad del Estado. Y esto lo hizo el Presidente Aylwin, a través de un decreto. Isabel Allende fue quien habló personalmente con él”.

Una tercera batalla, que Carmen libró desde que asumió la dirección del Museo, fue la encaminada a lograr que el Estado, y no la Fundación, fuera el propietario de todas las obras que llegaron de Europa desde principios de los 90. Sus esfuerzos dan resultado bajo el gobierno de Lagos, en 2005, con la creación de una Corporación que incluye representantes del Estado, como propietario de las obras, y representantes de la Fundación, como administradora. Acto seguido Carmen fue cesada en su cargo de Directora del Museo, junto a todo su equipo. “Di una pelea muy dura, que molestó a la Fundación. Y me imagino que ese fue el motivo de mi despido. Incluso se hicieron cartas de los artistas chilenos, que le dicen a la Fundación que este es un patrimonio del pueblo de Chile. Hoy día quizás no importa mucho, pero qué pasa en 20 años más, si no están allí la Payita o la Isabel. Ahí comienza el negociado con los Miró, con los Tapies, cuadros millonarios, como el Frank Stella… Ahora no se puede vender nada. Y me doy por satisfecha. Ahí termina la historia mía en el Museo. Fue muy duro”.

Sin embargo, la exhibición de esta colección quedaría en su biografía como la más significativa de toda su carrera. Realizada en 2001 en el Museo Nacional de Bellas Artes, por primera vez reunió y mostró a todos los chilenos las obras de los artistas más destacados del mundo, donadas por ellos mismos al pueblo de Chile, en solidaridad con el proyecto socialista liderado por el ex Presidente Salvador Allende. Se desempolvaron, entonces, los cuadros guardados en el Museo de Arte Contemporáneo –gracias al préstamo realizado por la Universidad de Chile, a cargo de su custodia en aquél tiempo- a la vez que se desembalaron las obras que comenzaban a llegar a Chile desde Francia, Suecia y España, países en los que, al igual que en otros de Europa, se habían almacenado durante el gobierno militar, gracias a los llamados “Museos de la Resistencia”, creados para continuar la colección solidaria tras el golpe de 1973. “Al fin se habían juntado las obras y la gente en Chile podía ver, por primera vez, un Miró, un Vasarelly, un Tapies, un Wilfredo Lam”.