ANNE CHAPMAN , FILIACIÓN FEMENINA EN TIERRA DEL FUEGO

En el 95° aniversario de su nacimiento, el 28 de noviembre de 1922, destacamos la entrevista realizada en 2008 a  la antropóloga franco-americana Anne Chapman. Una conversación acerca de  la cadena de contactos femeninos a través de los cuales Chapman penetró en el conocimiento de las extintas sociedades fueguinas, rescatando, a través de sus informantes y amigas, descendientes indígenas, la imprescindible visión de la mujer acerca de estas culturas ancestrales.

Por Rosario Mena

“No se puede conocer la cultura sin la visión femenina”, dice la antropóloga etnóloga franco-americana Anne Chapman, estudiosa de las sociedades extintas de Tierra del Fuego, cuya llegada a la Isla Grande, en los años ’60, obedece a la invitación de una pionera mujer arqueóloga en la zona, Annette Laming-Emperaire, y es motivada, fundamentalmente, por la perspectiva del encuentro con la última chamán selk’nam: Kiepja, conocida como “Lola”. Ella era la única representante de la primitiva tradición de cazadores recolectores, en la cual nació y se crió y sería la puerta de entrada de Anne a un mundo por el cual la guiarían otras mujeres, como Ángela Loij, amiga de Lola y también descendiente selk’nam y, posteriormente, Rosa Clemente, Hermelinda Acuña, y las hermanas Úrsula y Cristina Calderón, descendientes de la etnia canoera yagán, en cuyo universo se sumerge en la década de los ’80.

Una cadena de transmisión de saberes ancestrales que se proyecta hasta la nieta de Cristina Calderón, Cristina Zárraga, que acaba de lanzar un libro sobre la medicina tradicional de su pueblo y actualmente se dedica a continuar rescatando, a través del testimonio de su abuela, la historia y cosmovisión de estos desaparecidos navegantes del fin del mundo. Desde la mirada femenina, Chapman penetra en la memoria, la cosmovisión y los valores de los pueblos fueguinos, su organización social y sus estructura patriarcal, más férrea en el caso de los selk’nam que entre sus vecinos haush o los canoeros yámana, donde las mujeres cumplen un rol más significativo y en condiciones de mayor igualdad con los hombres.

– ¿Qué relación tenía usted con Annette Laming – Emperaire?

– Fui amiga pero no íntima. Su marido, Joseph, autor del famoso libro “Los nómades del mar”, había fallecido antes de que yo llegara a Tierra del Fuego, en una excavación en el año ’58, ’59. Eran los primeros arqueólogos formados que fueron a trabajar a Tierra del Fuego. El Libro de Joseph “Los nómadas del mar”, que se ha editado muchas veces. Yo la conocí en París. Me habló de que estaba haciendo una prospección arqueológica en Tierra del Fuego, en la cual necesitaba ayuda. Me habló de Lola Kiepja, la última chamán selk’nam y yo me interesé mucho. Yo estaba trabajando en Honduras. Annette me insistió. Me dijo que yo iba a trabajar bajo las órdenes de una arqueóloga chilena y que cuando terminara la prospección yo podía ir a la reserva de Ukika, donde estaba Lola. Hice lo que me dijeron, en la Isla Grande de Tierra del Fuego, con la promesa de ir a ver a Lola en diciembre. Había una hostería en el lago Fagnano, que iban a inaugurar y el grupo iba a pasear ahí. Yo llegué y me contacté con Hermelinda Varela y después, el 24 de diciembre su hija Estela, que entonces tenía como 14 años, me llevó donde Lola. Fuimos a caballo. La madre de Hermelinda vivía en la parte argentina, me parece que era haush, pero Hermelinda se consideraba selk’nam.

– Hay una influencia mutua, muy estrecha, entre selk’nam, del lado chileno y haush, del lado argentino…


– Sí. De hecho se nota mucho en el Hain (ritual de iniciación selk’nam). Y una de las grandes autoridades que hubo en la sociedad selk’nam era un hombre mitad haush, mitad selk’nam. Hay un constante intercambio familiar entre las dos sociedades.

 

– ¿Cómo recuerda el encuentro con Lola?


– Lola me recibió bien y yo vi que estaba abierta a conversar. Lola estaba muy sola y le gustaba hablar de lo propio, de su paisaje, de los paisanos que ella había conocido.

Le gustaba hablar conmigo y oir su voz cuando yo la grababa y recordar todo aquello. Cuando terminaron las vacaciones en enero del ’65 yo volví donde ella y me quedé. El señor Garibaldi tenía una estancia que estaba al lado de la ruca de Lola y se ocupaba de ella. El me dio alojamiento.
– ¿Le interesaba especialmente la mirada de la mujer cuando se propuso estudiar estas sociedades?

– No había opción. Yo no lo elegí. Lola era la única que había nacido y se había criado como selk’nam, en esa parte sureste de la Isla Grande. Era la más anciana. Igual había otros, pero más jóvenes, que habían vivido parcialmente en esta cultura. Además Lola era la única auténticamente chamán. En realidad, no hay un último, hay varios últimos. Yo también caí en eso y dije que Lola y Ángela eran las últimas. Habían otros. Yo soy feminista pero no me gusta centrarme sólo en este enfoque.

– ¿La que le entrega más información del hain es Lola o Ángela?

– Lola. Pero Ángela sabía mucho. Nació a principios de siglo, cuando quedaban 500 de los 4000 haush y selk’nam que habían. Yo no he revisado ese número. Esas son las cifras de Gusinde, me quedo con ellas para no confundir ni especular.

– Usted hace una interpretación femenina del Hain, de la investigación de Gusinde y cómo se utiliza éste para mantener el patriarcado…

– Eso lo dice Gusinde. Pero cuando él estaba allí, en el año ’23, él se da cuenta de que él tiene que tener mucho cuidado en su relación con las mujeres, porque debía mantenerse el secreto de que los hombres se disfrazaban y que no eran realmente estos espíritus que emergen de la tierra y bajan del cielo. Gusinde estuvo en problemas, no podía tener mucha relación con las mujeres. Tuvo a una o dos informantes. En un momento dado le acusaron de haber revelado que los espíritus eran hombres, y estuvo amenazado, temía por su vida. Tuvo mucho cuidado en no asociarse con las mujeres. El no podía, por lo tanto recoger su visión. El estaba convencido de que las mujeres no sabían que los hombres estaban disfrazados. El misionero inglés Lucas Bridges, antes de 1910, participó en diferentes momentos de la ceremonia. El dice que probablemente las mujeres sabían. Plantea la duda. Es muy lógico pensarlo. En todo caso, ellas nunca se acercaron tanto como Gusinde con su cámara, por lo cual para ellas, de lejos podían parecer espíritus. Ángela me reveló que las mujeres sí sabían, yo lo escribo en el último capítulo de mi libro sobre el hain. Ella me contó que las mujeres hacían una parodia del hain y que una pretendía ser el short y otra el kloketen, estaban jugando. Podían burlarse de todos los espíritus, menos del Xalpen, que vive debajo de la tierra y que nunca ha aparecido como un hombre disfrazado. Es una especie de ballena, por la forma, pero no es una ballena. Son varios hombres que se cubren con pieles de guanaco. Esta parodia, que Ángela me describe es la prueba de que las mujeres conocían el secreto. Uno puede pensar lo que quiera. Yo tengo la certidumbre. Pero no podían revelar esto, porque arriesgaban su vida.

Y tengo la prueba de que los hombres conservaban hasta el fin este secreto, convencidos de que jamás serían descubiertos. Uno de los grandes informantes míos es Federico Echeuline. Su padre era noruego, tuvo relación con su madre y luego se fue. Aunque su aspecto no era selk’nam, él se crió como selk’nam. El y Ángela vivían en Río Grande. Yo conversé con los dos al mismo tiempo. Un día, estábamos hablando del hain y Federico, en un momento que Ángela se ausentó, me dijo que él no podía hablar de eso delante de una mujer. Eso fue 40 años después del último hain. Esto es increíble. En este sentido, es indispensable el punto de vista de las mujeres, sobre todo una sociedad tan patriarcal como la selk’nam.

– ¿El objetivo de esa parodia que te describe Ángela es burlarse de los hombres?

– Es difícil entrar en la psicología de ellas, pero sí, en cierta medida, ya que jugaban con la idea de que ellas sabían que los espíritus, en realidad, eran hombres.

– ¿Cuáles son los rasgos más distintivos de este patriarcado?

– Había mujeres chamanas, pero eran muy pocas. Hubo otra mujer, antes que Lola, yo no la conocía. Su poder era menor al del chamán hombre. Podían curar pero no podían matar con la magia, o cosas así. Ellos eran poligámicos, pero las mujeres no. También había matrimonios monógamos, pero era totalmente normal que un hombre tuviera varias mujeres. Y a veces cuando la mujer era mayor, quería que el hombre tuviera otra mujer para que la ayudara con las labores cotidianas, o sea, no se puede decir que era siempre contra su voluntad. Los selk’nam vivían mayormente del guanaco. El hombre es el cazador del guanaco, lo que le da un prestigio y una preminencia importante económica. Las mujeres podían matar a un guanaco pequeño, pero no era habitual. Las mujeres dependían del hombre cazador. Además, las mujeres selk’nam cargaban todo de un campamento a otro. El hombre andaba por ahí con su arco. La mujer llevaba el peso, que era grande: los cueros de guanaco para hacer la choza, los palos, los niños. Los hombres ayudaban, pero el trabajo de la mujer era muy pesado, sobre todo considerando que se cambian de campamento bastante seguido. La mujer se encarga completamente de los niños, hasta que el niño tiene unos 6 años y comienza a ayudar al padre. El hombre además tenía el prestigio como chamán (xo’on), como sabio (lailuka), como profeta. Los haush eran un poco más liberales, pero, de todos modos, las posiciones de gran prestigio eran de los hombres. Existía el mito del antiguo matriarcado. Los hombres habían vencido a las mujeres y tomado el poder. Es un aspecto importante de su mitología.

– ¿En la conversación con sus informantes qué importancia aprecia en el rol de la mujer en la transmisión de la tradición oral?

– Las mujeres se suponía que no sabían nada del antiguo matriarcado. Los sabios de la tradición son los hombres. Había algunas mujeres, pero en principio ellas no conocen el mito del antiguo matriarcado. Había algunas mujeres que sabían de la tradición, pero siempre estaban en una posición más modesta, aún entre los haush. No había profetas mujeres, como era el abuelo de Lola. Hay muchas diferentes categorías de profetas. El chamanismo era muy desarrollado entre los selk’nam, más que entre los yámana. Las mujeres eran curanderas, pero no eran peligrosas. El hain es totalmente masculino, pero la participación de la mujer es esencial: ellas están obligadas a participar y lo hacen con gusto. Era un ritual y también una representación teatral. Las mujeres iban como a un espectáculo.

– ¿La transmisión de la tradición oral no se da también dentro de la familia, de los linajes, por las mujeres, de madres a hijos?

– La instancia principal es el hain. Los varones llegan a la madurez por el hain, ahí se inician, antes son niños. La ceremonia duraba meses. Había que hacer entender a los varones qué era la tradición. Esto era el colegio. Se puede suponer que en la familia también se hablaba, pero el aprendizaje principal era por el hain. Las mujeres tenían una ceremonia de iniciación, pero más corta y menos importante. Las mujeres de más edad las aconsejaban. Estaban en una situación de aislamiento y con poca comida, tenían que practicar ciertos rituales. Pero esto no se compara con la violencia de la iniciación masculina.

– Usted llega a estudiar a los yaganes en los ’80, pero antes había fotografiado a Rosa Yagán, en los ’60.

– Yo cuando fui en los ’60 fui a la isla Navarino en avión y conocí a la gente de Ukika. Ahí conocí a Rosa Yagán y la abuela Chacona. Las fotografié y hablé con ellas. Me quedé ahí unos días. En los ’80 volví y conocí a Úrsula y Cristina Calderón. Úrsula era poco mayor que Cristina. La mayor de las mujeres era Hemerlinda Acuña. Ella era alacalufe, pero había nacido allí y hablaba yagán perfectamente. Se crió como yagán. También estaba Rosa Clemente, que murió en los ’90, que era totalmente yagán.

– Nuevamente mujeres…

– Sí, curiosamente. Estaba Felipe, que era selk’nam, también criado como Yagán. Yo no dije: voy a elegir a las mujeres, aunque se puede pensar eso después de mi experiencia. Yo quería hablar con la gente que más sabía, que más se interesaba, y eran mujeres.

 

– De Úrsula usted rescata algunos ritos que nunca se habían registrado…

– De Úrsula y Cristina. Úrsula viajaba mucho más en bote. Por su vida con su marido, ella viajaba mucho en canoa, después en botes con motor. Cristina era más sedentaria, no tenía la experiencia de navegante que tenía Úrsula. La madrastra de su marido, Emilia, era completamente yagán, y era un referente importante para ella, que le había heredado la tradición. Emilia crió a Gonzalo, su marido, y fue una madre para él. Ellas me hablaron del chiejaus y muy poco del kina, porque hace tiempo que no se practicaba y ellas no lo conocieron. Pero no me hablaron de ritos que no fueran conocidos por Gusinde. Sí de pequeños gestos rituales, cuando navegaban, cuando pasaban por un lugar peligroso, para alejar la Kuma, que es una especie de sirena muy peligrosa. Había que cantar cuando pasaban por ciertas zonas, cantaban ciertos cantos para contener las fuerzas peligrosas del espíritu femenino que habita bajo el agua. Pero su gran ceremonia es el Chiejaus (ceremonia de iniciación yagán). Hermelinda había participado en el Chiejaus, que se acabó por disposición de los carabineros, en 1933. Había un hombre muy importante, que organizaba el ritual y él estaba cortando un árbol y se le cayó encima y se hirió gravemente. Llegaron los carabineros y declararon que no se podía practicar más el Chiejaus: se acabó la fiesta.

– En la sociedad yagán las mujeres tenían mucho más atribuciones que entre los selk’nam. La mujer yagán era la que sabía nadar, la que manejaba la canoa…

– Sí, era menos patriarcal que la selk’nam. Las mujeres tenían que nadar de la canoa a la playa. Los hombres no nadaban. Las mujeres eran las que pescaban. Hay que comprender que la base de su economía, antes de la llegada de los cazadores de focas a fines del siglo XVIII, antes de la llegada de Darwin, en el Cabo de Hornos, en la Antártica, en Isla de los Estados, habían acabado con la foca. Habían acabado con el sustento de los yámana. La foca era para ellos lo que el guanaco para los selk’nam. Darwin no habla de eso, no le da importancia, dice que eventualmente comen foca o ballena. Había muy poco. Los cazadores lo habían exterminado, desde fines del siglo XVIII cazando durante 40 años. Destruyeron la economía yagán y alacalufe. Los hombres yaganes eran cazadores de focas.

– ¿Entonces quedan sin un rol claro? Las mujeres son las que nadan, las que pescan, las que llevan la canoa…

– Los hombres organizan el chiejaus y el kina, son los chamanes más importantes, aunque también hay mujeres. Económicamente, las mujeres adquieren más importancia porque hay muy poca ballena y foca. Los hombres igual guardaban su prestigio. Las mujeres manejan la canoa, pero las mandan los hombres. Ellos sabían manejar y lo hacían cuando se necesitaba prisa.

– ¿Cómo es el rol de la mujer en el chiejaus, en comparación al hain?

– Las mujeres participan en el chiejaus, de manera mucho más igualitaria con los hombres, que como lo hacen en el hain. Las mujeres también se inician, tienen que sentarse entre dos patrones, un hombre y una mujer, que las controlan. Las mujeres son tratadas casi igual que los varones, tienen que lavarse con agua fría, pero no pueden beberla. Tienen una iniciación mucho más rigurosa que las selk’nam.

– ¿Mantiene actualmente el contacto con Cristina Calderón?

– Sí. Espero verla de nuevo, Pero ya no voy a trabajar con ella, ya no vuelvo a hacer etnografía en Tierra del Fuego. Ahora, la nieta Cristina Zárraga, está trabajando en el rescate de la tradición medicinal yagán. Se acaba de publicar su libro. La nieta también ayuda a Cristina a recordar muchas cosas que yo no rescaté. Una persona no puede hacer todo, hay que compartir.