Violeta y los Letelier

Corría el año ’63 cuando Violeta Parra, de la mano de Margot Loyola hacia su aparición por la Facultad de Música de la Universidad de Chile, para compartir con alumnos y maestros su rescate de la música popular en los poblados rurales a lo largo del país. Allí la recibía el Decano, don Alfonso Letelier, compositor y Premio Nacional de Música 1968, con cuya familia trabaría una relación que incluye desde frecuentes estadías en la casa de Aculeo, lugar donde recogió el canto tradicional de los campesinos, hasta la transcripción y grabación de sus temas como El Gavilán y las Anticuecas, que registró Miguel, el hijo de Letelier, compositor, pianista y destacado organista, hermano de la cantante Carmen Luisa Letelier, quien fue alumna de Violeta. Conversamos con Miguel Letelier sobre su estirpe musical, sus luchas por salvar el patrimonio de los órganos y, por supuesto, la relación con Violeta Parra.

Por Rosario Mena

Miguel Letelier Valdés, destacado compositor e intérprete de órgano, académico de la Universidad de Chile, se disculpa por referirse tanto a su padre, el compositor Alfonso Letelier, Premio Nacional de Música 1968. Referencia ineludible, en cualquier caso, para quien ha heredado, en los hechos y en el sentido, la visión y las búsquedas de su progenitor. Proyectando la trayectoria de su padre, sus composiciones han sido estrenadas y ejecutadas en Chile, Latinoamérica, EE.UU. y Europa, como asimismo grabadas por renombrados ejecutantes. Pero el legado va más allá de la senda musical. Al igual que Alfonso, y marcado por la misma raigambre con la tierra y la vida en el campo, Miguel ha sido su permanente observador, estudioso y amante de la naturaleza. Su preocupación por el drama ecológico de Chile y del mundo en general, lo ha llevado a ser un activo defensor de los sistemas naturales, lo que le valió formar parte, por varios años, del directorio de CODEFF (Comité de Defensa de la Flora y Fauna).

Activista cultural, al igual que Alfonso, quien fue gestor de numerosos proyectos editoriales y de rescate patrimonial, Miguel se ha dedicado a la defensa de la cultura del órgano, en un país donde la música “es lo menos importante en las iglesias” y los órganos son destruidos y saqueados ante la indiferencia generalizada. “En Chile no hay cultura de órgano. Que es un instrumento de ultra cultura. En Europa tiene una tradición muy valorada. La iglesia aquí prefirió la guitarrita y la música es el último ítem. La gente no sabe lo que es un órgano y lo que es un concierto de órgano. Yo tengo varios alumnos que están en Europa. En Valparaíso hay algún movimiento, porque hay más órganos y mejor conservados”.

Órganos en extinción

A diferencia de países como Francia, en donde cada órgano es un Monumento Nacional catalogado y que no se puede intervenir sin autorización, en Chile no existe nada que los ampare. El dato curioso es que el único intento legal se debe a Volodia Teitelboim, quien en 1962 redactó una ley de conservación de órganos históricos. “Esa ley nunca operó. La idea era conservar algunos órganos muy valiosos que hay en Chile”, explica Letelier, quien ha inentado los mismo junto los otros cuatro miembros de la Asociación de Organistas y Clavecinistas de Chile. La agrupación aún busca financiamiento para restaurar el órgano de la Iglesia de la Merced. “Hay que traer un restaurador de Alemania, o de Buenos Aires. Son costos muy altos y no hay mayor interés. Las iglesias más lindas y caras que se han hecho en Santiago no tienen órganos. Hay seudo organistas que han destruido los instrumentos, se roban las piezas. Se ha producido un deterioro general de este patrimonio mueble que nadie valora: son obras de arte, piezas de conservación”, aclara Letelier.
La desilusión lo invade frente a este tema: “Yo ahora me jubilé, he tenido muchas batallas, muy desagradables algunas, y me he dedicado a la docencia, a intentar que a la gente joven le guste esta música, algunos se han ido afuera a estudiar restauración”.

Organista estrella

Compositor de música de música de cámara, coral y sinfónica, pianista que incursionó también en el género del jazz, en 1961 Miguel Letelier conoce al extraordinario profesor, compositor y organista belga-argentino Julio Perceval, el cual ejerce una profunda influencia en él. Los estudios de piano realizados hasta el momento le sirven como base para comenzar el conocimiento del órgano, instrumento en el cual llega a ser un destacado intérprete solista. En 1965 obtiene una beca del “Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales Torcuato Di Tella”, en Buenos Aires, dirigido por el Alberto Ginastera, quien daría un impulso decisivo a su carrera. En este Instituto tiene oportunidad de trabajar con importantes maestros a nivel internacional, compone varias obras, estrenadas en Buenos Aires y Santiago y ofrece numerosos recitales de órgano, tanto en Buenos Aires como en otras ciudades argentinas. Aparte del repertorio clásico, ha estrenado numerosas obras contemporáneas tanto universales como latinoamericanas y chilenas. En 1996 fue honrado como el “Músico del Año” por la SCD, en atención a su relevante labor como compositor y docente. A raíz de este premio le fue solicitada una obra sinfónica para ser estrenada por la Orquesta Sinfónica de Chile.

El encuentro con Violeta

“A Violeta Parra yo la conocí cuando ella trabajaba en la Facultad de Música. Apareció en el Departamento de Folclor con la Margot Loyola. Allí presentaba las grabaciones que realizaba en sus recorridos por distintas zonas de Chile. Estaba Manuel Danemann, la Raquel Barros. Ahí la empezamos a conocer. Mi papá, que era el Decano, le dijo por qué no vas a Aculeo, donde hombres y mujeres, descendientes de familias de Los Andes y Alhué conservaban la tradición del canto campesino. La Violeta se volvió loca con la gente y la gente se volvió loca con ella. Eran colas de gente para cantar delante de Violeta y ella ahí, con su grabadora, grababa y anotaba todo. Cómo ponía los pies, como ponía las manos, como se inclinaba, como se vestía. Ella comenzó a pasar temporadas en la casa nuestra en el campo. Era una mujer encantadora, no era ni desafiante ni politiquera. Era una mujer absolutamente artista que estaba más allá de todos los calificativos. A mí no me importa cuántos discos hizo, ni cuantas versiones le han hecho, a mí lo que me interesa es lo que significa ella como creadora de un folclor. Levantó el folclor chileno a un nivel increíble. Ella tiene un sentido artístico y una originalidad impresionantes”.

Así fue el encuentro de Miguel Letelier con Violeta Parra, del que más tarde surgiría la grabación de su poema dramático El Gavilán y sus Cinco Anticuecas, transcritas y registradas por Letelier en la casa de Violeta en La Reina. “Yo iba caminando por una feria de arte, muy fea, que se hacía en el Parque Forestal y de repente veo a un tumulto de gente escuchando a una mujer que cantaba con el pelo negro que le cubría la cara. Yo escuché esa música y la encontré extraordinaria. Me acerqué y vi que era ella, que estaba tocando El Gavilán, su última composición, según ella misma me dijo. Yo le dije que teníamos que grabarlo y que había que escribir la partitura, para que ese tema quedara registrado. Y como ella no sabía escribir música yo se la escribí. Ella era muy espontánea, abierta. Yo le pregunté a qué hora íbamos a grabar y me dijo a las 6 de la mañana. Nos juntábamos en su casa. Estuve yendo como una semana. Ella tocaba de oído y cada vez que tocaba la canción lo hacía distinto. Trabajábamos debajo de un parrón. Todo era muy natural. Después de que terminamos de grabar El Gavilán, ella me entregó como regalo una pintura suya”.

En la misma oportunidad, Letelier registró las Anticuecas, numeradas del 1 al 5, con las que Violeta intenta ir más allá del esquema musical vernáculo de la cueca. “El Gavilán es un poema dramático, que constituye la sublimación del folclor chileno. Incluso más que las Anticuecas, pues en aquél se involucra un texto. El relato va presentando el drama pasional de quien se siente destruido por un amor mentiroso”. El caos formal de la obra interpretada por alguien sin conocimiento de formas musicales, al ser analizado “ordenadamente”, según Letelier, presenta “una sucesión de secciones comparables a la técnica de Stravinsky en “La Consagración de la Primavera”. Para Letelier, “Violeta no sabía escribir música, sin embargo es capaz de llevar la dupla cueca-tonada, la más generalizada manifestación del folclor de la zona central, a un nivel de estilización y desarrollo desconocido y no sobrepasado hasta hoy”.

La filiación de Violeta con la familia Letelier alcanza también a la destacada cantante y profesora Carmen Luisa Letelier, hermana de Miguel, quien fue su alumna de guitarra, y nace de la amistad con su padre, Alfonso Letelier Llona, considerado uno de los principales artífices en el desarrollo de la composición en Chile en el siglo XX, además de un importante gestor de la institucionalidad cultural. En Aculeo, donde los Letelier poseen tierras y una residencia que habitan por largos períodos del año, don Alfonso tiene la oportunidad de recoger canciones y melodías “a lo divino” de primera mano de cantoras provenientes de Alhué (pueblo en que se cantaba la novena del Niño Dios con 17 arpas), Los Andes y Melipilla. Amigo y admirador de Violeta Parra, quien llega al Departamento de Folclor del Conservatorio de la Universidad de Chile, bajo su decanato, le encomienda a ella rescatar y grabar valiosas manifestaciones del folclor de esta zona, como la Novena del famoso “Cristo de Mayo”.

Familia Musical

Alfonso Letelier Llona fue tres veces Decano de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales de la U. de Chile entre el año ’52 y el ’62, Director de la Revista Musical Chilena y creador, en 1940, de la Escuela Moderna de Música, junto a René Amengual, Juan Orrego Salas y Elena Waisses. Como compositor, uno de los más destacados que ha tenido el país, constituye un nexo entre el post impresionismo y la música de vanguardia de finales del siglo XX. Pensador y académico, tanto su música sinfónica como su música de cámara (para piano y vocal) se mueven con versatilidad entre diversos estilos (impresionista, neoclásico, contemporáneo, entre otros). Su inclinación especial hacia lo vocal (bajo la influencia del canto gregoriano ) y, especialmente, la voz femenina, se puede apreciar en sus famosos “Sonetos de la muerte”, con textos de Gabriela Mistral.

Su infancia y juventud ligada al campo lo caracterizan fuertemente. Ingeniero agrónomo de profesión, especialista en enología, y admirador de Darwin, vive permanentemente interesado en la naturaleza, transformándose, de modo autodidacta, en un experto en entomología y botánica. Recordadas son sus excursiones a las montañas donde colectaba insectos, plantas y semillas poco comunes, siempre acompañado por un grupo de jóvenes seguidores.
A pesar de sus permanentes cuestionamientos en torno a la fe, la religión y el catolicismo, las obras de Letelier se basan en temas relacionados con episodios bíblicos, como en la ópera-oratorio Tobías y Sara, o sobre escenas místicas, como en Los Vitrales de la Anunciación. Sus interrogantes filosófico-religiosos desembocan en su obra póstuma, la sinfonía “El hombre ante la ciencia”.

La rama materna

Su esposa, Margarita Valdés Subercaseaux, cantante, integrante del grupo Madrigalistas de Chile, que en los años ’40 dio a conocer en Chile el repertorio de madrigales renacentistas, así como obras de Ravel, Dubussy, Hindemith y del mismo Letelier, es nieta de don Ramón Subercaseaux, uno destacado pintor de fines del siglo XIX, e hija de Horacio Valdés, ingeniero químico de profesión, brillante cantante y ejecutante de órgano y violoncello. En su casa había un órgano construido por el famoso italiano Orestes Carlini, el mismo instrumento que hoy se encuentra en la Iglesia de El Bosque. La madre de Margarita, Blanca Subercaseaux Errázuriz, fue por su parte, una talentosa pianista, además de pintora y escritora.
Margarita fue también pintora, escultora (integrante del taller de Samuel Román), talladora en madera (oficio que estudió con el destacado artista alemán Peter Horn) y, sobre todo, una excelente pianista, alumna destacada de Rosita Renard e intérprete notable de Chopin, Mendelssohn y Bach, entre otros compositores. Tuvo una carrera discreta pero apreciada como cantante, en la que destacan sus actuaciones como solista en concurridos escenarios de la capital. En su última etapa se dedicó al rescate y difusión de la música gregoriana, formando la agrupación Magnificat, con el fin de dignificar el arte musical en los templos y dirigiendo distintos coros.