PATRIMONIO DE LAS ARTES VISUALES: JOSÉ GIL DE CASTRO, PINTOR DE LA INDEPENDENCIA

Por Gustavo Olave Dervis
Licenciado en Teoría e Historia del Arte

El “Mulato” Gil de Castro es el pintor de la Independencia de Chile por excelencia. Durante su productiva carrera, el artista proveniente de Perú retrató a numerosos próceres de nuestro país y de otras naciones emancipadas, entre los que destacan Bernardo O´Higgins, Simón Bolívar y José de San Martín. Pero Gil de Castro no se limitó a pintar uniformados.
También fue autor de cuadros que representan a civiles e incluso de composiciones religiosas. Sus obras se caracterizan por un acabado limpio y un sumo cuidado de los detalles.

A pesar de su gran importancia en el campo de las artes visuales de Latinoamérica, muchos de los aspectos de la vida de Gil de Castro han quedado en las sombras. Ha sido llamado por algunos como el pintor sin rostro, pues, a pesar de su importancia en la escena artística latinoamericana, no se tiene registro de obras pictóricas que lo retraten. Nacido en la rica ciudad de Lima de 1785, el futuro pintor de la Independencia, tuvo un humilde origen. Hijo de una ex-esclava, María Leocadia Morales, y de un militar, José Mariano Carvajal Castro, el joven mestizo da sus primeros pasos en su formación artística en el taller de José del
Pozo. A pesar de este primer acercamiento al mundo del arte “el Mulato” decide seguir los pasos de su padre e ingresa al ejército.

Con el tiempo, y paralelamente a su carrera militar, Gil de Castro entra al escenario artístico limeño, especializándose en el área del retrato, género que vivió un verdadero boom por esos años. Con posterioridad, el año 1805 aproximadamente, se traslada a Chile, país en el cual desarrollaría gran parte de su carrera como pintor. Rápidamente logra hacerse un lugar en el reducido circuito artístico chileno, siendo muy solicitado, no sólo por aristócratas, sino también por militares de renombre.

Decidido independentista, Gil de Castro se ve involucrado intensamente en el proceso de emancipación de Chile y Perú, no sólo como pintor: su faceta militar también se ve reforzada. Luego de alistarse en el Ejército Libertador del Perú en calidad de capitán, el pintor vuelve a su patria en el año 1822.

Tiempo más tarde Gil de Castro se encontraría nuevamente con su protector y más destacado cliente, Bernardo O´Higgins, quien llega a Lima en 1823. Durante los próximos años el artista realizaría esporádicos viajes marítimos entre Lima y Santiago. Es en esta época que “el Mulato” abre un taller en la capital de Perú, el cual alcanza rápidamente un gran éxito y llega a ser considerado el mejor lugar para que la elite se retratara.

Luego de una vida intensa y de unos últimos años cargados de trabajo, José Gil de Castro muere en el año 1834 a la edad de 56 años. Su obra fue un verdadero testimonio del ambiente de los primeros años republicanos de muchas naciones americanas que daban sus primeros pasos luego de independizarse de España y sigue siendo objeto de estudio por parte de investigadores especializados.

Gil de Castro siempre mantuvo firmes sus posturas políticas. Vio en los procesos independentistas latinoamericanos una ocasión para desarrollar su visión artística y demostrar de este modo su compromiso con la causa.

En cuanto a su estilo pictórico, éste se mantuvo fiel a su formación en Lima. Los cuerpos, la mayoría de las veces en posición tres cuartos, tienen una apariencia de rigidez que se compensa con el carisma que exhiben los rostros de los retratados, aspecto que se aprecia en toda su magnitud en los lienzos realizados con los próceres como modelos. Es común en estas obras la desmedida proporción de los cuerpos de los héroes independentistas, elemento que les confiere una presencia imponente.

Las pinturas de Gil de Castro se caracterizan por un preciosismo en los detalles. Este aspecto se puede apreciar en la representación de elementos como vestidos, guantes, muebles, encajes e insignias militares. Son remarcables las transparencias que realiza en sus retratos femeninos así como los magistrales juegos de luces y sombras en
cortinas y sábanas.

Su obra se inscribe dentro de la turbulenta transición entre la Colonia y la nueva sociedad nacida tras la Independencia y resulta fascinante no sólo por su importancia como documento histórico, sino también por la calidad visual y la brillante atención a los elementos considerados como secundarios de los que hizo gala “el Mulato”.

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