CONSTRUCCIONES DE LA MEMORIA: ARQUITECTURA RURAL, PATRIMONIO Y PÉRDIDAS IRRECUPERABLES

Por Patricio Gross, Arquitecto y Socio de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile

La arquitectura rural se refiere a todos aquellos bienes inmuebles que se levantan en el territorio agrario y el paisaje natural en forma agrupada o dispersa, sea para fines habitacionales, laborales, productivos o turísticos, entre otros. Sus testimonios recorren el mundo y constituyen un acervo histórico de gran valor, asociados a diferentes culturas desde la antigüedad, adaptándose a los cambios sociales, económicos y tecnológicos, sin por ello perder su estrecha relación con la tierra en que se asientan.

Constituyen un patrimonio de gran riqueza -a pesar de sus diferencias arquitectónicas y constructivas-, las grandes mansiones, viviendas, edificios de guarda, labranza, agroindustria, iglesias, lugares de descanso, etc. Su variedad destaca acorde con los tiempos, climas y paisajes en que se levantan, así como el empleo de diferentes materiales y mano de obra locales. Estos últimos, especialmente asociados a avances técnico-constructivos de alcance universal, han ido incorporándose paulatinamente en las técnicas edificatorias y, por supuesto, también en la ruralidad, aunque siempre sin olvidar completamente el lugar en que se emplazan.

A diferencia de las ciudades, organizadas y nacidas de concepciones de planificación y un proyecto rector, las arquitecturas rurales, en general, son el resultado de necesidades básicas asociadas a un sitio y recursos del medio, así como a tradiciones constructivas locales en el marco de una “cultura rural” del país y/ o región. Sin embargo, el hecho de que muchísimas de estas arquitecturas se han mantenido por siglos -como lo es el caso de nuestra arquitectura rural del valle central de Chile por casi cuatro siglos-, demuestra la existencia de una “personalidad propia”.

Citamos las palabras de Igor Stravinski: “La tradición es cosa distinta del hábito por excelente que éste sea, puesto que el hábito es por definición una adquisición inconsciente que tiende a convertirse en una actitud maquinal, mientras la tradición resulta de una aceptación consciente y deliberada. Una tradición verdadera no es el testimonio de un pasado muerto, es una fuerza que anima e informa el presente. Bien lejos de involucrar repetición de lo pasado, la tradición supone la realidad de lo que dura, aparece como un bien familiar, una herencia que se recibe con la condición de hacerla fructificar antes de trasmitirla a la descendencia. “

Esta arquitectura, que posee inflexiones propias, modificadas a lo largo del desarrollo histórico, permite con propiedad llamarla “arquitectura regional”, en la acepción usual que se da a este término. Por lo demás, toda verdadera arquitectura ha tenido un espíritu regional, más no como opuesta a otras actitudes.

Las consideraciones anteriores justifican con creces la convicción de que, en general, la arquitectura rural es un rico patrimonio nacional, sin perjuicio de categorizarlo como un bien notable en lo histórico, artístico, constructivo, paisajístico, etc. y por supuesto arquitectónico. Pero junto con ello, el patrimonio puede ser un objeto cualquiera al que se le da un significado, lo que lo hace ser como tal.

Es por ello que nos produce tal desconcierto y pesadumbre constatar cómo algo tan propio nuestro puede ser ignorado y vandalizado. Los actos de destrucción del patrimonio en general y del rural en particular, acentuados en forma increíble en los últimos años, frente a la impavidez de autoridades que deben protegerlo, no nos puede dejar indiferentes. Uno de estos últimos, y que ha llamado la atención más allá de lo usual, ha sido la quema en Contulmo, Región del Biobío, de la biblioteca, el museo y molino Grollmus. Este lugar, que se encontraba en plena actividad, fue consumido totalmente por un incendio con graves consecuencias para tres personas del predio, adjudicado por el grupo de Resistencia Mapuche Lafkenche.

Con más de cien años de antigüedad y ampliamente reconocidos en la zona, además de su gran atracción turística, su irreparable pérdida es sin duda un fuerte desgarro al patrimonio nacional y a la familia que los construyó, cuidó y amó.

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Declarado como Legado Patrimonial Arquitectónico por el Consejo de Monumentos Nacionales, el Molino Grollmuns comenzó sus operaciones en 1915 y la construcción de la casa del mismo nombre entre 1916 y 1924.
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El atentado incendiario terminó con un legado de 100 años de historia
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Hasta antes del atentado, continuaba con su sistema de funcionamiento a base de la energía del agua, lo que permitía la molienda de trigo, manzana y el trabajo de un aserradero.
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