Violeta Visual

Violeta Parra: Obra visual es el nombre del libro que prepara la Corporación Patrimonio Cultural de Chile en conjunto con la Fundación Violeta Parra, y el apoyo de Minera Escondida, a través de la Ley de Donaciones Culturales, cuando se conmemoran los 90 años del nacimiento de la folclorista, el 4 de octubre de 1917 en San Carlos, Chillán. El volumen, que acompaña la inauguración, en el mes de noviembre, del Espacio Violeta Parra, en el Centro Cultural Palacio La Moneda, donde se exhibirá parte de la obra plástica de la artista, se centra exclusivamente en esta faceta, constituyendo un completo catálogo, hasta hoy inexistente, de piezas tanto en manos de la Fundación Violeta Parra como en manos de coleccionistas privados. Se incluyen textos de Isabel Parra, de la historiadora Isabel Cruz, del filósofo y dramaturgo José Ricardo Morales y de Cecilia García-Huidobro. El libro es diseñado por Carlos Altamirano, de Ocho Libros Editores, con fotografías de Fernando Balmaceda.

El libro Violeta Parra: Obra Visual, editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile y la Fundación Violeta Parra, con el apoyo de Minera Escondida, acogida a la Ley de Donaciones Culturales, compila por primera vez, a través de una publicación de alto nivel, la desconocida y valiosa obra plástica de la famosa folclorista.

A través de un diseño limpio, se presenta un catálogo de las obras pertenecientes a la Fundación Violeta Parra, en tanto que, ilustrando los textos introductorios, se exhiben fotografías de otras obras que están en manos de privados y a las cuales se hace referencia en los escritos. Además se incorporan imágenes de Violeta Parra trabajando en su taller. “No hay un intento de diseñar el libro, si no de mostrar la obra de la manera más nítida posible”, señala el artista Carlos Altamirano, editor de Ocho Libros, quien estuvo a cargo del diseño. “Es súper sorprendente uno siempre supo que Violeta Parra pintaba, que había expuesto en el Louvre, eso es una especie de mito urbano. Pero enfrentarse a la obra de ella, un cuadro detrás de otro es impresionante. Aparentemente es ingenua pero no lo es. Es como sus canciones. Sus temas y su forma de enfocarlos es de gran intensidad

 

Arpilleras, pinturas, óleos, cartones, máscaras, esculturas en alambre, trabajos en papel maché sobre cholguán y cerámica son los formatos que adopta la obra visual de Violeta, cuyas primeras piezas produce en torno al año 1952. Inicia sus bordados en 1958, cuando una hepatitis la obliga a guardar reposo en cama. Sus primeras pinturas y arpilleras las realiza en su casa de La Reina, llamada “la casa de palos”.

En 1961 se traslada a vivir a la localidad de General Picó, en la pampa argentina, donde pinta, borda y realiza exposiciones, actividad que continúa posteriormente en Buenos Aires. Al año siguiente, realiza su segundo viaje a Europa, junto a sus hijos y su nieta, en un barco que sale desde Buenos Aires con destino a Hamburgo. En el Festival Mundial de la Juventud de Finlandia, además de tocar en familia, Violeta expone por primera vez su obra plástica en Europa.

Se instala pronto en el Barrio Latino de París donde comienza a preparar y gestar su proyecto de una exposición en un gran museo de Francia. Se empareja con el artista suizo Gilbert Favre, residiendo entre Ginebra y París. En 1964 se convierte en la primera artista latinoamericana que expone individualmente en el Museo del Louvre. Sus pinturas, tapices, pequeñas esculturas en alambre y sus máscaras cubiertas con granos de arroz, lentejas y semillas, tipo mosaico, llenan el “Pavillon de Marsan”. La muestra se anuncia en un afiche que ella misma confecciona, bordando un gran ojo y las letras sobre una arpillera negra.

Sus obras recrean escenas de la vida cotidiana, fiestas populares, tradiciones y pasajes de la historia de Chile, los mitos y cuentos, la religiosidad, además de su pasión por la música y su complicidad con el pueblo oprimido. “Me esfuerzo por mostrar en mis tapices la canción chilena, las leyendas, la vida de la gente. Y las ideas que tengo que me parecen indispensable decirlas, hacerlas”, dice la artista. Las figuras de sus hijos, su nieta, y otros familiares, aparecen continuamente. Su repertorio visual condensa la identidad compartida del pueblo latinoamericano, a través de temáticas como los velorios de angelitos; el sufrimiento del campesino, que expresa en figuras desoladas o recostadas a punto de caer; la representación de epopeyas y héroes nacionales y el Cristo, humano y cómplice de las miserias y alegrías.

 

Bendita pobreza

Su compromiso con las raíces se articula en los elementos que caracterizan la vida y la producción de la artista, tales como la lucha por la reivindicación, valorización y difusión de la cultura popular (cuya profunda sabiduría no se sustenta en la academia ni en los libros); la recreación original del patrimonio de la tradición rural (especialmente el canto campesino, a cuyo rescate en terreno se dedicó intensamente), y la honestidad y fuerza de su expresión, basada en la potencia de sus contenidos y figuras poéticas y musicales y en la austeridad de recursos.
“Violeta es original en cuanto el término remite etimológicamente a origen, en este caso a su propio origen, campesino, humilde, del cual nunca renegó; por el contrario, se nutrió artísticamente de él, con la paradoja, sólo traducible en el lenguaje del arte o de la santidad, de que es la pobreza, como a San Francisco, la que motiva su actuar… Pero la asume; no como ordenación social o económica, sino como realidad humana y cultural, porque percibe con claridad que allí, en ese mundo necesitado hasta de lo más indispensable y elemental, refugiado en los caseríos y pueblos a través de todo Chile, lejos a veces, muy lejos, de los brillos de la gran ciudad está el tesoro escondido, la inconmensurable riqueza inventiva de la tradición popular cantada, recitada, bailada, tejida, que no puede manchar ni humillar la gente “pituca” -voz de la que sólo ella parecía poder arrancar con sus labios o sus textos esa fonética apretada, hiriente-“, escribe la historiadora Isabel Cruz.

Tejedora de lenguajes

En su texto, titulado “Violeta Parra, el hilo de su arte”, el filósofo y dramaturgo José Ricardo Morales, se refiere al tejido como el “primer texto”, femenino en su origen y relaciona la lana de sus arpilleras y los alambres de sus esculturas con el “hilo de la vida” que la artista teje, de forma autodidáctica. “Antes de que apareciese la escritura, a la mujer pueden atribuirse los primeros textos, pues no otra cosa fueron sus telas, sus tejidos. Por añadidura, como al calor del “fuego infatigable” -así nombrado por el poeta- el arte de tejer se acompañó continuamente con el de la palabra ritmada o cantada, cabe pensar que en el arcaico menester femenino del telar y el hogar quedaron enlazados, unificándose, el hilo de la voz y el de la vida”.

Utilizando diversos lenguajes (música, poesía, plástica) la artista desarrolla una obra autodidáctica, múltiple y sin restricciones anclada en la sabiduría popular y, como ésta, a menudo desestimada. “En nuestro mundo de especialistas, cuya especialidad mayor consiste en reducirse al mínimo posible, para saber muy mucho de muy poco, una persona de tan extensa latitud como lo fue Violeta, inspira, normalmente, desconfianza. “No puede hacerse todo”, sostienen los que hacen un poco, e inclusive, cuando moderan sus argumentos, afirman que “no todo puede hacerse bien”. Plausibles razones, aunque insuficientes.

El destino de sus obras

En 1965 Violeta regresa a Chile dejando sus obras en su taller de Ginebra. Al año siguiente, Gilbert trae las arpilleras a Santiago. Estas se exhiben en la “Carpa de la Reina”, junto con cartones y máscaras. En 1968, las arpilleras se exponen en la Casa Central de la Universidad Católica de Chile, donde, bajo la rectoría de Fernando Castillo Velasco, se organiza el primer homenaje a Violeta Parra tras su muerte. En 1972 se presentan en la Casa de las Américas, en La Habana, Cuba, donde quedan en custodia tras el golpe militar de 1973 y la salida al exilio de la familia Parra.

De las obras que Violeta dejó en Ginebra, nada se sabe hasta varios años más tarde, cuando, en un recital en Ginebra, Isabel encuentra en su camarín una nota del fotógrafo Daniel Vittet, quien las había guardado y fotografiado. Varias pinturas, máscaras y trabajos en alambre, que más tarde son trasladadas a la casa de Isabel en París y regresan a Chile cuando ella vuelve a residir en Santiago a fines de los ’80.
En 1997 se realiza una segunda exposición de la obra visual de Violeta en el Museo de Artes Decorativas del Louvre, en París, con el apoyo y participación del Ministerio de Relaciones Exteriores y la Fundación Violeta Parra.

 

Un espacio para Violeta

Parte de la obra visual de Violeta Parra se halla en poder de la Fundación Violeta Parra, formada en 1992 por sus hijos Isabel y Ángel, quienes donaron la totalidad de las piezas que ellos habían podido reunir a través del tiempo con el objeto de preservarlas y difundirlas para el conocimiento de las nuevas generaciones y con la idea fundamental de crear en Chile el Museo de Violeta Parra. Algunos cuadros y objetos pertenecientes a Violeta, se encuentran en poder de su hermano Nicanor, quien también guarda la máquina grabadora con la que la folclorista registraba los cantos populares que rescataba en sus viajes a lo largo de Chile.

Otras obras fueron regaladas o vendidas a particulares, que aún las conservan, mientras que algunas de ellas han sido entregadas a la Fundación, la cual, en 2006, cedió en comodato a la Fundación Centro Cultural Palacio La Moneda, un conjunto de piezas para ser expuestas desde fines de 2007 en el Espacio Violeta Parra, ubicado en la primera planta del Centro Cultural. La apertura de este espacio, en la primera quincena de noviembre, se complementa con el libro, el primer volumen de envergadura sobre la faceta plástica de la destacada