“La cultura popular no la mata nadie”

Artista autodidacta, músico latinoamericano de renombre y activista cultural en múltiples proyectos, Ángel Parra el hijo de Violeta, habla de su madre, de la importancia de su legado y de que se difunda su obra visual en el Centro Cultural Palacio La Moneda. Pero, por sobre todo, el cantautor habla de la defensa que la artista y folclorista realizó en torno a la cultura popular, labor que él practica con vehemencia: “aunque la televisión y su vulgaridad le pongan todos los días encima una capa de cemento, no van a poder con ella”.

Radicado en París hace más de 30 años, a Ángel Parra no le sobra un minuto en sus frecuentes estadías en Chile. Entre tocar con Los Tres, junto a su hijo Ángel en los 5 días que duró la Yein Fonda, en Santiago y Concepción; aprovechar a su nieto, el primer hijo de Javiera, con quien comparten una antigua casa remodelada dividida en dos pisos en el barrio de Manuel Montt con Santa Isabel, y las eternas charlas, siempre provistas de buena comida y bebida, con su amigo el director de cine Raúl Ruiz, quien prepara la adaptación al cine de su libro “Violeta se fue a los cielos”, el cantautor de 64 años está exhausto. Eso dice. Pero la verdad es que no se nota nada. Todo lo contrario.

– Qué bueno poder moverse así… de un hemisferio a otro, cuando uno quiera…

– Es la libertad del jubilado. La jubilación del exonerado. Cien lucas. Me permite viajar por el mundo. Trabajo harto en Europa, canto, escribo libros, hago música para películas, me entretengo. Ahora estuvimos con el Ángel y el Álvaro en la Yein Fonda. Entretenido. Encontrarse con la generación que nos va a reemplazar. Extraordinario, pero fatigante.

– ¿Y aguantaste todo?

– Sí, hay que llegar temprano e irse tarde. Pero ya me conocen los gustos. Terminar tranquilito, con champaña. Ahí uno se queda. Yo de ahí directo a la casa. Y otra vez al día siguiente… Pero claro, no es lo mismo a los 44 que a los 64.

– ¿Cómo va el trabajo con Raúl Ruiz?

– Bueno, ya llevamos un rato haciendo cosas, trabajamos juntos en la Recta Provincia y en marzo va a rodar la película sobre mi libro. Conversamos, tomamos vino, lo pasamos bien.

– Hablemos de ti y de tu madre. Tú has sido un músico inserto en el ámbito latinoamericano, has tocado y grabado con varios de los mayores cantautores del continente, en Europa se te identifica con eso, no específicamente con lo chileno. En la obra de Violeta hay una identidad popular con elementos compartidos por muchas culturas latinoamericanas. ¿Cómo ves la dimensión latinoamericana de Violeta?

– Voy a repetirme, Violeta fue una madre fundadora. Su legado y su trabajo de investigación ha impactado en todo el continente, aunque algunos la estén descubriendo tarde. Pero no descubren a una persona muerta, sino a alguien vivo, a través de su música, de su poesía, de su obra visual. Nosotros, sus hijos, somos simplemente antenas repetidoras y cada uno, no sé si pasaremos a la historia. Nuestra labor ha sido difundir lo que mi madre dejó, cumpliendo su mandato: “esto no es para ustedes, es para el pueblo y que el pueblo haga lo que quiera”.

– ¿Ese pueblo era el pueblo latinoamericano o chileno?

– Mi mamá el año ’64, cuando volvió abruptamente de Europa vivió en Bolivia y trabajaba en una peña que se llamaba Peña Naira. Y cuando contestaba el teléfono para la reserva de entradas en vez de decir “Peña Naira”, decía: “mar para Bolivia”. Eso es un claro signo de que era una mujer libertadora, que quería más espacio, menos fronteras entre los países latinoamericanos. Pero lo que ella descubrió es la cultura popular chilena. Y eso es un patrimonio. Aunque la televisión y su vulgaridad le pongan todos los días encima una capa de cemento, nunca van a poder con la cultura popular. Ese es el principal valor de Violeta. Habernos despertado. Haber hecho que te interesaras en el tema.

– Y hacerlo trascender más allá del propio ámbito popular…

– Y promover otra imagen, no la imagen estilizada, tipo Quincheros, con que se intentaba envasar a la cultura popular.

– Eres artista desde la niñez, creciste completamente inmerso en esta forma de vida. ¿Qué diferencia marca ese hecho en la creación futura?

– Yo descubrí la palabra artista mucho después, cuando la tuve que poner en el carnet de identidad. Nunca me sentí artista. Yo era un aprendiz, eso no pasa por encontrarse con el tío Roberto, con el tío Lalo, con el tío Nicanor, ni tocar guitarra todo el día. Sino que pasa por trabajar, por aprender, por ser servicial, por ayudar a los más viejos, para construir algo. Yo era un aprendiz de la Violeta.

– ¿Qué te enseñó tu madre?

– Ella me enseñó a leer, a escribir, a sumar, a restar.

– ¿No fuiste al colegio?

– No, estuve un año en el Liceo Enrique Molina, en Concepción, eso fue todo. Otros tres meses estuve en un colegio en la zona de Pudahuel, donde vivíamos. Mi abuela tenía una quinta de recreo enorme, que se llamaba El Fausto. Mi abuela era un personaje muy fuerte, muy potente, en el cual algún escritor debería centrarse. Rosa Clara Sandoval Navarrete. Ella es fundamental en esta familia. Todos los hijos vivían un poco en torno a ella, excepto Nicanor, que siempre estuvo más aparte. Nosotros vivíamos por ahí y un día a mi mamá se le ocurrió que yo tenía que ir al colegio. Me puso en segunda preparatoria en una escuela en la mañana, y en la tarde me puso en tercero, en Quinta Normal. Fue una cosa bien loca. Duré tres meses. Nadie podía soportar un régimen de ese tipo. Un día la Violeta me dijo: “¿Qué quieres? Irte donde don Isaías Angulo (el mayor guitarronero, un cantor maravilloso), a Puente Alto, o irte a un internado”. Ahí, lógico, partí donde don Isaías y viví un año con él. Un viejo increíble. El fue mi gran maestro. A la universidad he ido, pero a cantar.

– ¿Cuál fue para ti el mayor ejemplo de vida de tu madre?

– La justicia, la educación, la importancia de que los niños aprendan, la dignidad. Eso quiere decir que no te agachen el moño porque eres pobre. Nosotros hemos sido pobres toda la vida. Yo tengo esta casa que resume 60 años de trabajo. No tenemos cuentas en Suiza, tenemos lo esencial. Nos enseñó que la cultura chilena, del pueblo, se puede repartir en todo el mundo, incluso en el Louvre.

– ¿Y a perseguir tus sueños?

– No, nada poético.

– Tu fuiste el gran gestor de la Peña de los Parra, un espacio de encuentro cultural que trasciende la música, donde hay un intercambio, donde se comparten ideas. ¿Extrañas espacios así en Chile hoy?

– Si pienso en la información que te dan los medios de comunicación, llego a la conclusión de que el país está jodido, pero eso a mí no me interesa y no pienso luchar contra eso. Hay mucha otra gente que no aparece en los diarios ni en la tele y que son los más interesantes. El resto se van a ir cayendo como hojas en otoño, por muy jóvenes que sean. Porque, justamente, la idea del capitalismo es estrujarlos, sacarles el jugo y desecharlos. Yo me muevo en otros sectores , en donde la gente se reúne, discute, baila, canta, festeja los aniversarios en familia, hace un rito de la pequeña cultura popular, que es enorme. Eso no lo mata nadie.

– ¿Qué significado tiene después de haber sido detenido en el Estadio Nacional y exiliado, que la obra de la Violeta esté ahí junto a la Moneda?

– La revancha, pues mijita. Pero una revancha positiva. Y sobre todo que sea en un espacio abierto, donde esta obra se difunda. Cambiará el Presidente de la República pero la obra va a seguir ahí. Eso es muy importante.

– Naciste en Valparaíso. ¿Cuál es tu relación con esa ciudad? ¿Alguna vez te has integrado con la comunidad de músicos de allá?

– El sábado canté cueca en la plaza Sotomayor. Me interesa Valparaíso como me interesa todo Chile. Pero yo no soy porteño ni pertenecí a la bohemia porteña de los ’70. Yo soy de barrios santiaguinos.

– ¿Así que nunca has tenido la clásica fantasía de vivir en Valparaíso?

– No. Mi fantasía sería ir a Los 7 espejos, la casa de remoliendas. Que ya no existe.