Isabel Parra: “La historia pondrá las cosas en su lugar”

No es sino el amor por la patria lo que alimenta la obra y el quehacer de Isabel Parra, tanto en su tierra como en el exilio. Poetisa, cantautora y portadora de una tremenda herencia artística, el suyo es el testimonio vivo del compromiso inquebrantable con el patrimonio cultural que encarna. Con la voz de la Nueva Canción Chilena conversamos, entre otras cosas, sobre la vida junto a su madre, Violeta Parra, y la dura tarea de preservar, difundir y defender los derechos de la familia sobre su legado.

“Todo empezó como un juego y terminó con el bombardeo de La Moneda”. Este es el resumen poético que Isabel Parra hace de su camino en la canción popular; muchas veces junto a su madre, Violeta, a su hermano, Ángel, y a los ya universales Víctor Jara o Silvio Rodríguez. Ese juego inicial consistía en vestirse de flamenca con un vestido cortado y cocido por su madre, y en cantar y bailar juntas antiguas canciones españolas (la desconocida fascinación de Violeta). “En Buenos Aires encontré unos discos que son de esa época”, cuenta.

Entonces era una niña de no más de 6 años de edad. Y después vino todo lo demás: todo lo que implicaba ser hija de una mujer con una voluntad indomable, que desaparecía por semanas para grabar a las cantoras campesinas, para luego regresar a casa con cuecas y tonadas de las que nadie podía escapar. Que un buen día, con sus hijos ya adolescentes, se largó a Europa. Después vino el emprender un camino propio de creación e interpretación, el éxito de su voz dulce en tiempos de la Unidad Popular, el suicidio de Violeta, su propio exilio, la nostalgia, el inevitable y no fácil regreso, y la lucha por preservar y proyectar el legado de su madre.

– ¿Cuál es la gran diferencia que hace el hecho de alimentarse de la música desde la cuna?

– Miro hacia atrás y veo a mi mamá tocando esos ritmos españoles en una guitarra espléndida y me da mucha ternura. Mi mamá sacando esa afición contra viento y marea con un marido que no quería esas cosas en su casa. Todo empieza con un juego y termina con la Moneda bombardeada. Te vas involucrando de tal manera… Grabar un disco era un juego -¿Quieres cantar esta canción? – Bueno ya. Nosotros sabíamos todo lo que ella ensayaba, esa era nuestra escuela. Nos íbamos a la Emi Odeón donde tenían una orquesta contratada para acompañar a todos los artistas. Y mi mamá peleaba con ellos y les quería cambiar la manera de tocar. Pero la querían. Eran unos hombrones enormes que peleaban con esta mujer chica.

– ¿Y qué pasó con tu papá? Igual no debe haber sido muy fácil para él.

– El tenía sus fiestas puertas afuera. Ese matrimonio duró 10 años.

– No debe haber sido fácil ser su hija. Tener que bailarle su baile todo el rato. Me imagino que a uno de repente le da rabia.

– Como en todas las relaciones entre padres, madres, hijos, había conflictos. Igual éramos rebeldes. Hacíamos nuestras cosas. Pero contábamos siempre con ella y ella contaba con nosotros. Fuimos hijos apoyadores. De esos recitales familiares tengo recuerdos preciosos.

– Y cuando eran chicos, y se iba al campo. ¿Qué se siente con una mamá tan patiperra?

– Mejor mamá patiperra que sumisa, dependiente. Así fue la vida, así se dio, así la quisimos, la queremos, así nos quiso ella y así nos dejó a todos su legado.

– ¿Pero no se sentían un poco abandonados?

– Lo vivíamos como una normalidad. No hay cargos en su contra. Ese fue un aprendizaje que me ha servido en todos los días de mi vida. A pesar de ser otra persona y también ser madre. Soy muy apegada a mis hijas.

– Tus historias amorosas han sido menos tormentosas que las de tu madre…

– Aguas turbias, aguas cristalinas. Hoy tengo lo que necesito, ni mucho ni poco. Estoy tranquila.

Estrella de la Nueva Canción Chilena

“Deme su voz, deme su mano, deje la puerta abierta que busco amparo” o “El amor es un camino que se recorre hasta el fin, yo conozco caminantes que no debieron partir”. Son versos de tus canciones que los tengo grabados desde chica. Con esas canciones mi mamá me enseñaba a tocar la guitarra… ¿Qué te pasa cuando hoy te dicen eso?

– Deme su voz…esa canción tan lamentosa, en un período de mi vida en que se suponía yo era tan feliz… Me sorprende y me emociona. Me ocurre siempre, aquí en Chile, afuera, en países lejanos… Tantos años de trabajo… queda una impronta y hoy por hoy hay gente muy joven que está marcado por las huellas de ese canto chileno o latinoamericano. Me conmueve sentir que esas canciones no fueron a dar al tacho de la basura. Hay muchas que dan vueltas por ahí, en el corazón de la gente: cantos dolorosos, de dicha, de amor, de celebración. Hacer estos versos, musicalizarlos, contar y cantar historias, compartirlos con la gente, es un don y lo agradezco. En todo caso, es mi trabajo y lo he asumido con absoluta responsabilidad.

– Háblame de tu libro “Ni toda la tierra entera”. Tu libro del exilio. ¿Qué pasa en el plano creativo? Por una parte hay una perspectiva y un impulso. Por otra, hay algo que se apaga, algo doloroso…

– Para concretar este proyecto fue estimulante obtener la prestigiosa beca Guggenheim de Nueva York. Cuando nosotros salimos despojados, de manera humillante, expulsados, era naturalmente imposible pensar en proyectarse o tener noción de cómo ibas a seguir viviendo y, menos aún, continuar en un trabajo artístico en otras lenguas y culturas. Me ayudaron la matriz poderosa de donde provengo; mis compatriotas fuera y dentro de Chile; Víctor Jara; convertir la pérdida en fuerza y cantar y cantar infatigablemente. Era bueno narrar un testimonio, sobre todo para nuestro país tan desmemoriado. Regresar e integrarse a un Chile absolutamente diferente del que dejamos, el Chile de hoy.

Duro regreso

– ¿Y qué pasa cuando regresas de Europa, del exilio, y encuentras otro Chile, otro paisaje cultural, tan distinto a ese al cual pertenecías, donde ya no eres el mismo personaje?

– Siempre añoré volver. No solamente soy yo otro personaje, los que sobrevivimos somos personas marcadas por nuestra historia reciente. Los retornados siempre estuvimos bajo sospecha, por lo menos en muchas circunstancias yo he sentido esa mirada oscura, esa discriminación, una especie de resentimiento, como si los exiliados se hubieran ido de vacaciones al extranjero. La mezquindad y la ceguera te pueden hacer mucho daño… Pero una siempre está empezando de cero, casi diría que estoy acostumbrada. No tengo añoranzas, vivo el aquí y ahora. Sigo haciendo lo mío en otro contexto, buscando nuevas formas, y en estos desencuentros hay muchos encuentros. Mi trabajo es independiente, no tengo militancia política, no tengo manager, no estoy en el mercado, pero sigo entusiasmada, inventando nuevas melodías, buscando espacios nuevos. Creo que cumplí con el encargo: trabajé desde niña con mi madre; hicimos un dúo memorable con mi hermano en los años 60; creamos la Peña de los Parra; participamos en cuerpo y alma en la campaña y gobierno de Salvador Allende; vivimos el destierro como una experiencia invaluable; cantar por el mundo entero, denunciando los crímenes de la dictadura; volver a Chile cuando nadie volvía, salvo los clandestinos; trabajar a full en el plebiscito del No; reinventarse; reconstruir la casa de Carmen 340; reconstruir la casa de la Viola en La Reina; crear una Fundación para ella. Nuestra admirable Presidenta canta nuestras canciones. ¿Qué más querís?

– Hay una contradicción con el legado de Violeta. Es el personaje más fuerte de la cultura popular chilena en el inconciente colectivo, es la figura más reconocida, todo el mundo se sabe “Gracias a la vida”. Pero, por otro lado, no se ha dimensionado suficiente su talla como poetisa, sus décimas, son literatura de alto nivel.

– El legado de la Violeta no necesita dimensionarse, se sostiene solo. El no apreciar y valorar lo nuestro es un hábito nacional. En el mundo, la dimensión de Violeta Parra es gigante: se hacen tesis, doctorados con su obra. Sus textos poéticos se analizan y estudian en universidades de Estados Unidos, Europa, Asia.

– Será falta de perspectiva, mucho aislamiento, no tener con qué comparar, no tener suficientes referentes para valorar una obra…estos límites tan estrechos…

– No lo sé. Habría que investigar con historiadores, sociólogos, sicólogos.

– Sin embargo creo que el chileno es creativo, por su misma carencia…

– Es un tema apasionante, digno de analizarse. El chileno es creativo, pero receloso de lo que hace el otro, inseguro, con un ego camuflado. Por un lado muy acomplejado, por otro muy prepotente. A mis pares les temo. Algunos son peligrosos.

– Actualmente hay una especie de revival, un culto a la Nueva Canción Chilena, en ciertos circuitos, en músicos, periodistas… ¿Cómo lo ves?

– Efectivamente, es algo escaso, que desde hace poco comienza a notarse. Recién los medios están informando, mal o bien, pero algo se hace en algunos circuitos. Los jóvenes comienzan a interesarse en esa música. El fenómeno de esta Nueva Canción Chilena tuvo muchas facetas y fue de una gran diversidad de contenidos. Sus huellas están presentes. En Europa, en Estados Unidos, se estudia, se enseña y hay una gran difusión de jóvenes músicos, de académicos, de nietos del exilio que han tomado este movimiento como cosa propia. La historia pondrá las cosas en su lugar.

“Pasemos a otra cosa”

– Bueno, también hay un tema de mercado. Allá hay espacios para todos los públicos y todos los estilos…

– Claro, aquí todo es restringido, chiquitito. Por no decir mezquino.

– De partida aquí la gente después de los 30 no va a recitales. Los que van son los adolescentes. Ellos tienen una cultura musical popular…

– Así es. Una va replegándose sobre sí misma.

– ¿Por qué tanto? Pienso que hay harta gente interesante, pensando, trabajando en temas de identidad cultural. Quizás falta la conexión…

– Es que estamos desconectados. Cuando uno canta se produce una empatía misteriosa. Esta objeción que yo expongo no pasa por el público, que está ahí, entregado, abierto a recibir y a devolver esos instantes perfectos que se van estableciendo entre nuestra música y ellos. Esa plenitud, esos momentos son indescriptibles. La gente común y corriente es muy agradecida, cariñosa, te escriben cartas, te regalan cositas, te mandan poemas, te dan besos. Los niños cantan mis canciones, los veteranos también. El asombro es constante. Pura vida, puro goce.

– Claro, pero ya no existe la relación que había entre los músicos de la Nueva Canción.

– Nosotros no sólo trabajábamos juntos. Vivíamos pegados unos a otros, con el Víctor Jara, con mi mamá, con Ángel, todo el día, en la Peña, grabando discos, en la casa. Era una relación muy estrecha y muy generosa. Una comunidad. Eso se acabó. Y yo tengo conciencia de que se acabó. Así que pasemos a otra cosa.

– ¿No has encontrado una comunidad en el regreso?

– Tendría que inventarse la casa del artista, que debiera ser como la casa del corazón del creador, la casa de los sueños, la casa de todos los que andan solitarios y dispersos tratando de ganarse el pan. Hay tanta dificultad para que los músicos sobrevivan, es una tarea agobiante, desgastadora. El sistema que vivimos es perverso, todas las relaciones se rigen por las leyes mercantiles y, en ese sentido, las cosas, para mi modo de ver, han empeorado: el pescado grande se sigue comiendo al chico. Los artistas de esta generación deberán encontrar sus propios caminos para defender y dignificar su trabajo.

Renovar la escena

– ¿Qué te motiva hacer ahora en el plano artístico personal?

– Hoy reduzco al máximo mis actividades artísticas públicas. Elijo actuaciones que me motiven profundamente. Canto mucho sin recibir pago económico. Recibo otro tipo de pago: a veces besos y a veces flores. Eso tiene que ver con mis ideas, con mi propia elección, con lo que es mi vida, cómo estoy parada en este mundo. Invento conversaciones musicales en universidades, que son muy entretenidas. Es otra forma de hacer. Buscar nuevos rumbos. Dejar este raudal de aprendizaje en buenas manos, sin aburrir ni aburrirse. En Talca hice un recital hablado y cantado, narrando la historia de mi relación con la cueca, desde que tenía 9 años. Tocamos 20 cuecas. La gente estaba entusiasmadísima. Yo vengo de la cueca campesina, femenina. Las primeras canciones que aprendí de mi mamá eran cuecas sureñas, de esas viejitas cantoras maravillosas que en ese momento uno no pescaba para nada. Después con el tiempo tú te das cuenta que eso es una maravilla. Que ahí estaba todo.

– Se podría grabar un disco en vivo con eso…

– Se podrían hacer miles de cosas. Otras y otros las harán. Por ahora no tengo interés en grabar discos. Ya he grabado demasiado. Discos que todavía no se conocen en Chile. Sola y con mi hermano.

– ¿Cuántos discos has hecho?

– Tengo cien canciones mías grabadas y en circulación. Además he grabado mucho de otros artistas y he tocado con solistas y grupos chilenos, latinoamericanos, europeos y norteamericanos. A esta altura, una está saturada de sí misma. Ya no escucho discos. Ocasionalmente a Gustavo Cerati.

– Puede ser por lo sofisticado. Hay una sofisticación en tu música, una cosa muy fina con las imágenes. Lo tuyo nunca fue panfletario.

– Claro, es una sofisticación que nace de la profunda sencillez. Detrás de esa sencillez hay mucho trabajo, exigencias, romper papeles, corregir, suprimir. Yo no soy poeta ni leo partituras.

– ¿Eres muy autocrítica? Tú has dicho que te costó mucho lanzarte a hacer lo tuyo estando al lado de pesos pesados como Violeta y Víctor.

– Sí, me costó. Pero esos genios eran amorosos, apoyadores. Fue muy sano no intentar competir, tomar distancia, encontrar un camino propio, un estilo que fuera mío y solamente mío, no imitar a nadie. A pesar de todas las influencias que recibes por razones naturales. Hacer lo tuyo definitivamente. La Viola y el Víctor fueron decisivos, en todo caso.

Un lugar para Violeta

Ni caprichosa ni arbitraria es la resistencia de Isabel Parra a creer a pie juntillas en las propuestas de difusión de la obra artística de su madre. “Me hecho la fama de antipática”, dice con plena conciencia sobre su imagen de conflictiva. Pero eso son sólo adjetivos. Más bien se trata de un asunto de intransable coherencia con lo que fue la vida y la opción de Violeta: una mujer que “cantaba en una carpa en medio del polvo”. Y es por eso que se niega rotundamente a todo lo que huela a lucro y a lo que no se ajuste rigurosamente a la visión de la artista y a lo que ella representa, de acuerdo a los criterios de la familia y de la Fundación Violeta Parra. “Tú no puedes andar vendiendo a tu mamá”, dice irrebatible.

Una postura que la ha llevado, entre otras cosas, a mantener en su poder toda la colección de arpilleras, pinturas y objetos creados por su madre. Desde su regreso del exilio ha buscado el modo de que ésta se preserve y exponga como es debido, topándose en el proceso con trabas y manipulaciones incomprensibles para un legado así de valioso. El año pasado, la Fundación Violeta Parra acordó un comodato de no menos de ocho años con el Centro Cultural Palacio La Moneda, para la restauración y muestra de parte importante del trabajo plástico de Violeta Parra.

– ¿Por qué dices que se ha abusado de la Violeta? ¿Qué ha pasado objetivamente? Hay tantos lugares donde uno se podría imaginar la obra plástica de la Violeta: el Museo de la Solidaridad, el Museo de Artes Visuales, y no se ha llegado a nada… Este cuento con Cardöen que iba a hacer el Museo Violeta Parra y al final no resultó. ¿Qué pasó en definitiva?

– Ahí no pasó nada y eso fue lo mejor. Sólo que perdimos dos años. Cuando volví a Chile traía en el corazón el proyecto de tener las obras de la Violeta disponibles aquí, porque ella decía: “Todo lo que hago es para Chile”. Y para eso nos dedicamos a recolectarla, restaurarla, quererla. Dos veces me ofrecieron ayuda, pero a un costo terrible. La propuesta era: “Entréguenme todo, la obra de la Violeta, la casa de Carmen 340 y yo administro y organizo esto y ustedes váyanse para su casa y si quieren participar manden un proyecto”. Entrar en el tema defensa de Violeta Parra, para nosotros, su familia y la Fundación, ha sido moverse en un campo de batalla. Hay varios temas no resueltos. El primero es la apropiación ilícita de su música. Hay una serie de seis LPs grabados por Violeta Parra, que son verdadera joyas, propiedad de Emi Odeón. No pagan regalías ni los editan. Hacen unas selecciones para sacarlas en el extranjero. El disco “Últimas composiciones” se lo apropió Pedro Valdebenito, del sello Arci, que alega que él compró el master junto con más de mil cintas a la IRT después del golpe del ’73. Se han hecho libros y discos pirata con imágenes y música de Violeta. Este atropello a los artistas deberá llevarse a un tribunal internacional de defensa de los derechos humanos. Con los audiovisuales hay varios casos de pérdida de nuestros archivos y apropiación de imágenes de mi biografía de Violeta Parra, “El Libro Mayor”. No hemos logrado concretar el proyecto de hacer un documental sobre Violeta que sea sencillo, profundo, que no distorsione su imagen, que no sea frívolo, que no tenga agregados innecesarios, que no tenga testimonios distorsionadores. Para eso hay que encontrar personas talentosas y respetuosas.

En Chile no se respeta la propiedad intelectual y ese esfuerzo que hacemos para que entiendan que esta marca y este nombre no es patrimonio de privados, es agotador. Esta ingrata tarea ha caído sobre mis hombros. Me tocó a mí y seguiré cumpliéndola. El amor por la Violeta en unos se manifiesta con respeto, con admiración, con orgullo de que sea una mujer nacida en esta tierra, con ternura. Pero está la otra visión oscura, de los que quieren obtener beneficios económicos personales. Nosotros carecemos de esas desviaciones. La Violeta Parra no está a la venta.

– ¿Tu idea sigue siendo hacer el Museo Violeta Parra?

– Sí. No hemos renunciado a ese proyecto.

– ¿Cuáles son las condiciones que te convencen de llevar la obra plástica de Violeta al Centro Cultural Palacio La Moneda, a diferencia de todos los intentos anteriores?

– Primero, la gratuidad, no estamos comerciando con sus cuadros. Sus óleos, arpilleras, papeles maché, su música. Queremos que estén disponibles para todo el mundo, todos los días, con documentación y archivos para escuelas y universidades. Este Centro reúne todas las condiciones para que así sea, sin fines de lucro. No habrá restaurante con platos típicos con nombres de canciones, ni tragos con versos, o qué se yo. Nosotros jamás hemos aceptado que el nombre de Violeta Parra se convierta en una marca comercial. Eso va contra su esencia misma. La Violeta Parra vivía en la tierra en La Reina y nosotros no tenemos aspiraciones económicas. Hemos impulsado proyectos de difusión y punto.

– ¿Hacia dónde se encamina tu energía, después de encontrar, por fin, una casa para la obra de Violeta?

– A Valparaíso. A inventar nuevos cuentos y nuevas historias…