MITOLOGIA CHILOTA: CREENCIA MESTIZA

Pese a que la raíz de la mitología chilota nace en la cosmovisión mapuche, es a partir de la conquista española, a mediados del siglo XVI, cuando este rico acervo de creencias de transmisión oral se desarrolla plenamente dando origen a un vasto imaginario que se proyecta en arquetipos universales.

Por Andrea Torres Vergara

La mitología chilota –conocida principalmente a través de criaturas como el Trauco, la Pincoya y el Imbunche– se origina, tal como otros elementos de la cultura nativa, en las particulares condiciones geográficas del archipiélago. Por un lado, el paisaje insular, donde el mar es poder omnipresente y los bosques ámbitos misteriosos, ha determinado la jerarquía y distribución de las divinidades en un espacio al mismo tiempo real y simbólico. Por otra parte, su inevitable aislamiento del continente permitió la construcción de este universo mítico, que, con características muy particulares, ha permanecido prácticamente inalterado en el tiempo.

Sin embargo, los rasgos identitarios que permiten hablar de una mitología propia de Chiloé se encuentran no tanto en el territorio como en el proceso de mestizaje que caracteriza a su cultura. Así, pese a que la raíz del mito chilote nace en la cosmovisión mapuche, es a partir de la conquista española, a mediados del siglo XVI, cuando se introduce la tradición occidental y se desarrollan una religiosidad y una mitología sincréticas, en las cuales conviven armónicamente el culto pagano y el cristianismo occidental. Esta mezcla, entonces, ha permitido la creación y transmisión oral de costumbres, leyendas y criaturas que, sin perder su especificidad, responden a un imaginario universal.

Ya Francisco Cavada, en Chiloé y los chilotes (1914), llamaba la atención sobre las semejanzas entre la mitología chilota y la grecorromana. Desde la existencia de un mito de origen que genera una suerte de monarquía estelar –en el caso chilote, las serpientes Tentén y Caicai, el Pincoy y la Pincoya, el Millalobo y la Sirena, seres que también encuentran su correlato en Occidente– hasta la división de las divinidades entre seres de mar y tierra, existe una conexión que Cavada sólo enumera, dejando “al erudito mitólogo la tarea de buscar las causas o razones de tan singular analogía”.

A simple vista, se pueden apreciar las coincidencias entre el cacho de Camahueto, animal fantástico de gran fuerza y belleza, y el cornucopiae de la cabra Amaltea, ya que ambos cuernos simbolizan la abundancia y la fecundidad. Según Renato Cárdenas, en El libro de la mitología (1998), la raspadura del Camahueto es la base de la farmacopea popular chilota, ya que, bien administrada, otorga fuerza y vitalidad a los animales y las personas. Un exceso de remedio eso sí, puede transformar al encamahuetado en un ser irascible y violento.

Cavada también señala la coincidencia entre el Trauco y los faunos o los sátiros, por los instintos lascivos de unos y otros, y porque ambos habitan los bosques y lugares solitarios. Características similares se pueden encontrar también entre el macho cabrío mítico europeo o las blemias etíopes y el Butamacho, Chivato de la cueva o Invunche chilote, todos monstruos originados en el ser humano, pero con malformaciones y extremidades animales. El Imbunche, que tiene una pierna pegada hacia la espalda, la cabeza torcida y la lengua partida en dos, ha trascendido en nuestro país su existencia mítica para caracterizar también a seres maléficos o deformes en general.

El basilisco chilote o Achachao, es una especie de culebrón con cresta de gallo, nacido de un pequeño huevo sin yema puesto por una gallina vieja o un gallo colorado. Según Isidoro Vásquez de Acuña, citado por Cárdenas, “tanto por su nombre como por su morfología mixta entre gallo y reptil es de indubitable ascendencia europea, la cual se mezcló al bestiario araucano al producirse un sincretismo con el colo-colo y el piguchén en el mestizaje de los mitos y culturas entre conquistadores y conquistados”. En la tradición occidental, el origen del basilisco se pierde en el tiempo, pero aparece ya referido por los egipcios y en el Antiguo Testamento como una criatura que mata al que mira sus ojos. En Chile, existe la creencia de que si un humano lo ve primero es el basilisco el que muere. Pero si la criatura ve sólo una parte de la persona, ese miembro queda inmovilizado para siempre. Es temido además porque se aposenta bajo las casas y desde allí sale, mientras la familia descansa, a extraerles el aliento hasta causarles la muerte.

El Caleuche corresponde igualmente a un mito popular de todos los tiempos. También llamado Buque de arte, de fuego o de los brujos, es una embarcación de características extraordinarias, alguna veces referida como submarina, que navega incansablemente por los mares del sur. De acuerdo a su carácter mágico, puede desplazarse a gran velocidad, hacerse invisible o transformarse en objetos a voluntad. Pese a que la etimología de la palabra Caleuche, provendría del mapuche caleutun, mudarse de condición, y de che, gente, por lo tanto “gente mudada, transformada”, Oreste Plath en Geografía del mito y la leyenda chilenos (1973) señala que conviene recordar que Calanche era el barco que comandaba el holandés Vicente van Eucht.

Similar al Caleuche, también se cree en el Holandés errante o Volador, buque condenado a navegar eternamente con una tripulación fantasma. Y si buscamos la literalidad de la presencia española en la mitología chilota, en Chacao y Linao existen referencias al Caballero de lata: especie de fantasma que cabalga con armadura a la usanza de los antiguos conquistadores.

Algunos piensan que el puerto del Caleuche es la Ciudad de los Césares, espacio mítico de singular riqueza, cuyo origen se encontraría en la expedición del capitán español Francisco César a Paraguay. En esta construcción fabulosa se encuentra no sólo la relación con el mundo occidental sino especialmente con la tradición católica, ya que como señala Cavada “sólo al fin del mundo la ciudad se hará visible para convencer a los incrédulos que dudaron de su existencia”.

Desde que las misiones jesuitas primero y franciscanas luego se diseminaron por el archipiélago –construyendo las iglesias que hoy dan cuenta tanto del alcance como de la particularidad de la empresa evangelizadora– la fe católica arraigó fuertemente en el pueblo chilote. Como analiza Isidoro Vásquez de Acuña en Costumbres religiosas de Chiloé y su raigambre hispana (1956), los chilotes integraron la ritualidad del catolicismo a sus propias creencias en la religiosidad cotidiana: “una costumbre generalizada en toda América Hispana, y por ende con mayor razón en Chiloé, que recibió durante más tiempo las influencias españolas, es la de invocar a la Virgen y a los santos cuando circunstancias críticas lo requieren”. Esta adoración se manifiesta, por ejemplo, en lo que Vásquez denomina una escuela hispano-chilota de imaginería, cuyas formas de representatividad obedecen tanto a la devoción adquirida como a la religiosidad intrínseca. Lo mismo puede observarse en el fervor con que se celebra la fiesta de San Juan o la firme creencia en los entierros o tesoros ocultos, originarios de la Colonia, y pertenecientes a los jesuitas.