Artistas de Ribera

Febrero 2009
San Juan, Dalcahue

En la costa este de la Isla Grande de Chiloé, el pequeño y hermoso pueblo de San Juan, ribereño del canal de Dalcahue, es el hogar de una extraordinaria familia de artistas autodidactas. Los Bahamonde, de tradición carpinteros de ribera y acordeonistas, por cuatro generaciones, continúan construyendo, como desde hace más de cien años, los mejores barcos de todo el archipiélago y haciendo, acordeón en mano, de la vida una fiesta, tocando a dúo el abuelo y el nieto cada vez que la ocasión lo amerita. Reuniones, peñas, mingas, son los escenarios de encuentro habitual para esta comunidad amante de la música, que se sabe especialmente unida, donde aún persiste el sistema de la colaboración y el intercambio. Un enclave que constituye un ejemplo del patrimonio cultural chilote.

Por Rosario Mena

Tal como nos relató el historiador Renato Cárdenas, esta parte de la isla, el norte de Dalcahue, es una de las zonas donde mejor puede apreciarse la verdadera tradición de Chiloé, en la persistencia de una forma de vida y un sistema social basado en la colaboración y el sentido comunitario, con todas las manifestaciones culturales que ello implica. Lo constatamos en el pequeño pueblo costero de San Juan, conocido por sus dos astilleros, donde se construyen los mejores barcos del archipiélago y donde la familia Bahamonde inició, hace más de cien años, este oficio que hoy todos sus habitantes conocen y practican. Un arte que cultivaron de la mano de la música, siendo hasta la fecha destacados acordeonistas por tradición familiar.

Habitado por una población mayoritariamente de tez y ojos claros, la mitad de la cual lleva el apellido Bahamonde, San Juan, donde cada 12 de octubre se celebra el Día de las Tradiciones Marineras, es sin duda, un enclave particular. No sólo por su increíble belleza natural, completamente ajena al desarrollo urbano, gracias al largo camino de tierra, que debe recorrerse para llegar. También por el aspecto surrealista de sus embarcaciones en construcción varadas en la playa, donde los niños juegan a la pelota aprovechando la marea baja; su iglesia y sus casas de madera y, sobre todo, el espíritu de paz y fraternidad que se respira entre su gente. Personas alegres, profundamente vinculadas al mar y la navegación, de trato amable y educado, que se saben poseedoras de un valioso patrimonio cultural y humano.

Hasta el Golfo de Penas

En palabras de Cárdenas “los chilotes iban a Patagonia al trabajo que hubiera. Y se quedaban en el lado chileno o argentino, según estuviera mejor. Hoy en Chiloé hay 170 mil habitantes. En Patagonia hay 400 mil chilotes. La inmigración se paró con las salmoneras”.

Uno de los numerosos emigrantes chilotes al extremo austral fue don Eduardo Bahamonde que, por el 1900, partió a trabajar a Isla Dawson. Allí fue donde observó la construcción de embarcaciones galesas y tuvo la inteligencia de combinar dichas técnicas y estilos con la tradición local, para regresar a San Juan a construir, en uno de los primeros astilleros del archipiélago, barcos que pronto se destacaron por su forma, su firmeza y su seguridad. Con ello hizo crecer tanto a su familia como a los demás habitantes de la localidad, que se transformaron en carpinteros de ribera de los que surgieron los actuales astilleros, cuyos dueños, aunque ya no llevan su apellido, continúan su tradición y proyectan el prestigio de su calidad.

Juan Barría es uno de ellos. Fabrica desde botes hasta barcazas, que le son encargadas de distintos lugares de Chile. “Yo tengo 41 años, comencé a los 15. Primero hice botes de 3,5 metros. De ahí 6, 7 metros, ahora construyo cascos de 18, 20 metros: barquitos ya… Para pesca, turismo, barcazas para transporte de las salmoneras. El año pasado entregué una barcaza de 30 metros. Han cruzado el Golfo de Penas con barquitos hechos por mí. Un casco de 19 metros es para navegar afuera. Ningún problema”.

Las nobles maderas nativas son el material ideal: “Usamos el coigüe para armazón de la embarcación. Es una de las maderas más firmes y de más duración. El mañío macho colorado, que tiene harta duración, para el fondo de la embarcación, lo que va en el mar. Ciprés y ciprecillo para lo que es entablado, de la línea de flotación para arriba”.

Comunidad de músicos y carpinteros

Diez personas trabajan en su taller, cumpliendo distintas labores: “Unos trabajan en macilla, pintura; otros preparan madera para el entablado; otros fabrican embancaduras, que se usan para sostener la cubierta”. Uno de sus carpinteros es Heriberto Bahamonde, bis nieto del pionero constructor, cuya tradición es respetada por el jefe: “Yo aprendí de niño mirando a la familia Bahamonde”.

Por su parte, Heriberto agrega con orgullo: “Aquí todos saben trabajar. Hay otros lugares, pero no con la tradición que hay aquí. De aquí salen las mejores embarcaciones, son diferentes a las del resto de Chiloé. La embarcación tiene que ser en V para navegar. Contando San Juan alto, aquí somos doscientas casas. Y no es como ninguna otra parte, donde cada uno vive su metro cuadrado. Aquí hay comunicación. Nos juntamos en la iglesia, conversamos. Todos nos ayudamos a trabajar. Si hay que sacar papas o construir. En febrero está la semana sanjuanina, la segunda semana. Se hacen actividades para niños, una peña. Además aquí hay muchos cantores, y la gente toca el acordeón. Mi papá toca acordeón a botones, sin teclado. De esas quedan muy pocas. Hay un conjunto folclórico de niños, hacen canciones, bailes. Han ido a tocar a Dalcahue”.

Sergio Bahamonde es el padre de Heriberto. Ha tocado el acordeón desde los doce años, tal como lo hicieron su papá, don Alfonso Bahamonde, sus tíos, y su abuelo Eduardo. “Tocaba en bailes de aquí, para las mingas, para las fiestas, para las rifas con baile. Después aprendí el acordeón a piano, y me anduve olvidando de la de botones, pero tengo uno. Lo toco cuando hay una peña, una reunión”. Traído desde Argentina, el acordeón reemplazó en el siglo pasado al violín, con la ventaja del mayor volumen requerido para animar un baile. Y en esta parte de la isla, abundan sus cultores. Cada año, en el cercano pueblo de Tenaún, se realiza un encuentro de acordeonistas la primera semana de febrero, al cual asisten don Sergio y su nieto.

Un verdadero paraíso amenazado por la pavimentación de la ruta de acceso que dentro de pocos meses podría estar terminada. “Ya está en nuestra mente que va a cambiar –dice don Sergio-. Va a llegar más gente. Pero por otro lado es más facilidad para nosotros, estamos muy aislados”. Entonces nos conduce hasta su hogar. Parece una locación armada para un documental: la ventana, la playa al fondo con los barcos y los niños jugando a la pelota; el refrigerador; la casa pobre que contrasta con la lustrosa, radiante y protagónica acordeón, en torno a la cual la familia ya se ha ido juntando para disfrutar de la música. “Aquí la música es muy importante. Varios de mis nietos están en el conjunto”, dice el abuelo mientras llama a uno de ellos, que juega fútbol en la arena, para que lo acompañe tocando a dúo para nosotros. “Si tiene que venir el Richard -nos advierte-. Ya va a subir la marea”.

Galería de imágenes
Iglesia de San Juan
Iglesia de San Juan
Heriberto Bahamonde.
Heriberto Bahamonde.
Iglesia de San Juan junto a una embarcación en arreglo.
Iglesia de San Juan junto a una embarcación en arreglo.
Sergio Bahamonde.
Sergio Bahamonde.
Maestro aplicando barniz de fibra de vidrio a una embarcación.
Maestro aplicando barniz de fibra de vidrio a una embarcación.
Juan Barría.
Juan Barría.
Sergio y su hijo Heriberto Bahamonde.
Sergio y su hijo Heriberto Bahamonde.
Nieto de Sergio Bahamonde.
Nieto de Sergio Bahamonde.
Ventana con vista hacia la orilla del mar desde la casa de los Bahamonde.
Ventana con vista hacia la orilla del mar desde la casa de los Bahamonde.
Sergio Bahamonde.
Sergio Bahamonde.
Niños jugando en la orilla del mar mientras la marea está baja.
Niños jugando en la orilla del mar mientras la marea está baja.
Perro de la familia Bahamondes junto a diversos tipos de papas chilotas
Perro de la familia Bahamondes junto a diversos tipos de papas chilotas